El
espíritu angustiado de Daniel F
Para
muchos es el mejor compositor peruano que haya alumbrado el rock. La cantidad
de temas insuperables que presenta su repertorio no pueden provocar sino algo
peor que el miedo. Este año dio un concierto más rockero, presentó nuevo disco
en vivo, Canto Enfermo, y sostuvo una conversación sin máscaras —como siempre— con nosotros.
Junto a Rafo Ráez, otra leyenda del rock peruano.
Varios ya me han dicho que me odian.
Haber pasado conversando casi toda una noche con Daniel F, no es para menos.
Tengo mucha suerte: expondré qué fue lo que pasó.
Luego del concierto en el Cultural Alemán
que dio Leusemia como plato de fondo e Interruptor Cucaracha como entremés,
fuimos todos a una reunión para celebrar. Los anfitriones fueron, claro,
Interruptor Cucaracha. Su estudio era el objetivo. Daniel F, el invitado de
honor.
Todos deben conocer ya su trayectoria,
como compositor, como cantante, como eterno músico subterráneo. Quien esté
desinformado de las actividades que despliega con maestría, que evite
inmediatamente esta página.
El concierto acabó. Después de tocar,
Daniel F firmaba sendos autógrafos. Muy amable él, nunca niega atención alguna.
Lo veía de lejos, sabía que luego tendría la oportunidad. Me preocupaba, eso
sí, que se fijara de vez en cuando en mí. A lo mejor pensaría: «Qué hará este
flaco por aquí, que no pide su autógrafo».
Daniel F comenzó a hacer música desde los
14 años, cantando. A la guitarra le empezó a dar como a los veinte, más o menos
por el ochenta u ochenta y uno. Prefería componer antes que cualquier otra
cosa. Su vena de compositor está sumamente desarrollada. Más que como
intérprete.
Alistamos todo, marchábamos a nuestro
destino. (Viajé en el mismo auto que el F.) En la reunión, la gente —éramos
pocos—, se divertía con algunos tragos, y cigarros; la típica escena de fin de
semana. El ambiente era muy movido, para ser unos cuantos, vaya que hacíamos
ruido.
¿No te sientes ajeno en este
lugar?
Sí, le dirigí la palabra a quemarropa.
Creí que por haber sido compañero de viaje tenía el derecho suficiente para
hablarle. Luego de mirar con detenimiento sus ojos perdidos en la noche le hice
esa pregunta. Di en el clavo.
Yo
me siento ajeno en cualquier lugar, esté donde esté.
Me respondió con la amabilidad de
siempre. A lo largo de la intermitente conversación que mantuvimos traté de
dirigirme a su yo íntimo. En cierta manera ganar su simpatía. No con
inteligencia, por supuesto que no, sino con empatía, tratar de ponerme en su
lugar.
¿Hay gente con la que no eres
humilde?
Por componer canciones de grandiosa
musicalidad, de poéticas letras con singular mensaje, pensé que tendría una muy
buena opinión de sí mismo. Pareció dudar por unos instantes, la pensó
pausadamente.
Quién
dice que soy humilde, no sé. Uno mismo no se da cuenta de eso. ¿Acaso uno es
humilde con unos y con otros no? Yo no sé si soy humilde. No tengo ni idea.
Formó el grupo Leusemia hace casi 20
años. En los inicios la música era el punk más agresivo, con letras cargadas de
denuncias contra una Lima sangrienta, contra una sociedad carcomida por falsos
valores. El disco se llamó igual que el grupo, tuvo el éxito esperado en el
reducido círculo musical de esa época.
El F va de un lado para otro, solicitado
por la gente que quiere saber su opinión sobre cualquier tema. Después del
concierto lo vi de un lugar a otro, respondiendo las preguntas de la gente. Más
adelante me dijo que ya está acostumbrado a hablar con todo el mundo, así sea
un solitario debe hablar con todos. Ésa es su cruz. Ésa es su dicha.
Ni
siquiera sé cómo te llamas, y estoy hablando contigo, ¿ves?
Me presento. Le digo que ya nos saludamos
en el 99, cuando él iba a tocar el Yasijah por primera vez en Arequipa, cuando
ensayaba en el Centro Cultural Peruano Alemán. Me llevó Cocó Herrera, su
entrañable amigo, culpable de muchas «desgracias...».
Yo
le dije a Cocó si tenía Frank Zappa. Me dijo que sí. Entusiasmado le pregunté
sobre Pink Floyd, también sí. Fuimos corriendo a su casa y me los pasó. Por él
entré de lleno a lo progresivo, tuvo mucho que ver.
Tocó carne. Antes hablé con mucha gente
que estaba en desacuerdo con el nuevo giro que realizó en su música. Un cambió
que él no ve. Discutimos, adopté la postura del típico fan engañado.
No
sé cómo puede haber gente que piense que yo traiciono mis raíces. Siempre quise
hacer rock progresivo, lo que pasa es que no conocía un violinista, un
tecladista.
Me dice que Novoa (el de la canción),
culminó su biografía. En ella explica las primeras inquietudes musicales que
tuvo, lo que siempre quiso hacer.
Nos separamos, alguien lo llama. En la
fiesta escuchamos Interruptor Cucaracha a todo volumen. Cuando me acerco,
opina: «Paja». La música del grupo le gusta, y no sólo por que sean los
anfitriones.
Seguimos hablando de música. Comentamos
sobre Dream Teather, su virtuosismo y tal vez pedantería. El último premio de
Libido, ganado con merecimiento. Rafo Ráez, no es tan loco como parece, sólo
habla solo. Su canción que más le gusta es Al final de la calle. Coincido con
él, lo mejor que tiene.
Así
como con Memorias, el que canta soy yo mismo. No como Sed de sed, por ejemplo,
donde no entiendo qué es lo que digo. Al final de la calle se lo compuse a
Ella.
Desde Yasijah, todo se lo compone a Ella.
Elimino dudas sobre el tema que le da nombre al disco: es un cuento que
escribió Ella en los mejores tiempos de la relación. Eliminó otra duda: son 11
casetes de Kúrsiles Romances que tiene en su haber. Llegué a pensar que eran
una leyenda.
Ésas
más bien las hacía al ideal de mujer que todos llevamos dentro. Cuando la
conocí, supe que no podía ser otra, como si toda mi vida me la pasé
esperándola.
De segunda mano supe que es, fue, o será,
la única pareja que tuvo en su vida. La fuente es confiable. Hoy el F está
deprimido, viendo la posibilidad de cómo hacer para reanudar la relación con
Ella. Por eso no habló mucho en el concierto.
¿Leusemia algún día tendrá éxito?
La noche avanza, se acerca el alba.
Formamos un círculo a su rededor. La mayoría toma y fuma. Le ofrecen un pucho,
lo rechaza. Yo también. El trago da su respectiva vuelta, Daniel sorbe un poco.
Me pasa el trago, me mojo los labios y hago correr el vaso.
No
sé, mi música es sólo para la movida, que es escasa. Doy conciertos de norte a
sur, eso es todo.
Nunca tocó en la selva. Sí, en toda la
sierra. Recuerda la última tocada en Puno, donde llega siempre gente desde
Bolivia. El mismo entusiasmo aflora por su rostro al recordar el concierto de
Cerro de Pasco, el frío de la altura al parecer la agrada. Le pregunto qué lee.
No
seas malo, yo no leo. Las palabras raras que uso las aprendo en la televisión,
conversando con amigos. Ah, en música igual, no tiramos simplemente. Yo sólo
araño la guitarra.
Su rostro es sumamente pálido, la mirada
pasiva. Comenta con orgullo su perfil griego. Se va a otro grupo. Después de un
rato se acerca y me comenta la hora, sabe que yo también me quiero ir; parece
que le caí bien. Ya todo acaba, nos vamos a ir. Al momento de despedirnos nos
damos la mano dos veces: «Oe, estás medio
loco», me dice. Espero que sea cierto.
Noviembre,
2002.
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