El
lío por la libertad
En
el bicentenario de su nacimiento, el mundo despliega sus alas de pleitesía
hacia la contumaz luchadora social y visionaria escritora, que deambuló por
tierras arequipeñas; convidando con su lúcida pluma de innegable talento
descriptivo, la sociedad que le inspiró para germinar los primeros atisbos de
su particular lucha social.
Vivió entregada a buscar la libertad
hasta consumir sus propias fuerzas. Flora Tristán, la escritora francoperuana
que más tenía de revolucionaria que de mujer intelectual, dedicó sus años de
vida más valiosos a procurar el bienestar de los obreros y la gente del pueblo.
Luchó palmo a palmo contra los convencionalismos sociales, con la determinación
de liberar de los excesos de los potentados, a la sometida clase obrera, y, al
mismo tiempo, dignificar a la mujer sin derechos y denigrada, que soportaba los
inciviles tratos de aquellos varones que proliferaban desmesuradamente.
Antes de estar sumida en abstracciones y
teorías fue una mujer de acción. Poco a poco se ganaba el apoyo de los humildes
(en muchos casos ignorantes trabajadores proletarios) con sus diversas
alocuciones y planteamientos de justicia para que estos dejen de ser explotados
por los burgueses, tan opresivos en esos tiempos. Sólo trataba de convencerlos
para que formen una Internacional Europea de Obreros, y así mutuamente
defenderse de cualquier inesperado atropello. Sus derechos e igualdad ya eran
para ellos una desmesurada abstracción...
Nacida en Francia, de padre arequipeño y
madre francesa, al morir su progenitor, los papeles que justificaban la unión
conyugal desaparecieron por culpa de la guerra contra España, apartándosele
como hija ilegítima de la fortuna familiar; viviendo a partir de tal rechazo en
búsqueda de la igualdad social que le fue negada. Desde ese momento sería una
mujer sola contra el mundo. Como no consiguió la comodidad económica, que en el
fondo no anhelaba, no le quedó otra opción que ser una libertadora.
En cada camino hay un riesgo, que aumenta
según la amplitud del recorrido, de sus exigencias. Así Flora Tristán gracias a
la «suerte» de sufrir profundos golpes en el dorso —su esposo, un rústico; su
tío (Presidente del Perú), un cicatero— encontró su encumbrada labor: batallar
por la justicia y esforzarse para que no haya más gente que sufra la
indiferencia y las inclemencias que le tocaron vivir.
Su paso por Arequipa, «simbólico retorno»
de apenas un par de meses, significó simplemente una extensión del rechazo que
su tío Pío Tristán (último Virrey, Presidente Interino) le estaba preparando.
Nada más que una lenta agonía en vistas de la esperanza de por sí quimérica. Si
bien es cierto lo que el pensador sostiene, que la utopía mientras más lejana
mejor; para que cuando nos vayamos acercando paso a paso a lo inalcanzable, al
mismo tiempo, por acción de nuestro discernimiento, alejemos nuestro deseo
cuando avancemos —pues este debe continuar siendo una utopía y no perder su
carácter irrealizable.
En Arequipa encontró una ciudad de
marcados contrastes, un Clero rico y fastuoso, una burguesía alienada y fatua,
familiares afrancesados; mientras que por otro lado, el pueblo estaba condenado
a ser indiferente a su propia ventura, con ojos cerrados y mentes atiborradas
de inconciencia. Un variopinto cuadro de rimbombancias y opulencias señalizadas
con dilatadas diferencias sociales. Flora abandonó el Perú con una sentencia
entre dientes, catastróficamente aún cierta: «Un país donde la justicia se
vende».
Entonces Flora hizo bien al alejar su
operación a un nivel inmaterial, cargándola con fuertes tonos de
espiritualidad. Si su ortografía no era la ideal para una mujer que pretendía
remover los cimientos corrompidos, o si alguna vez intentó suicidarse por no
resistir los maltratos de su esposo, o de si sostuvo alguna vez relaciones homosexuales
tan mal vistas en su tiempo, estos no son puntos importantes e inhibidores de
su ideal, no mellan en ningún sentido y valen un ardite.
Aunque su base, sólida, dentro de las
nuevas teorías socialistas que se sucedían, no se podía aceptar a una «Paria»
como representante, por más que esté al tanto de las nuevas corrientes
libertarias, aún así haya sido reconocida por Marx como una valerosa y valiente
representante del socialismo en ciernes, ella era no tomada en cuenta en
enésimas ocasiones por el pueblo y sus faenas se duplicaban en dificultades por
culpa de los oídos sordos de los mismos trabajadores a los que deseaba
rescatar.
La libertad estaba presa por sus propios
reos. Probablemente siempre lo esté. Pues aquel adagio trasluce hondas certezas:
«Los proletarios jamás abogarán por su propio futuro». Mas cualquier
disposición tomada oculta peligros hacia ambos bandos, los ejecutantes y los
receptores. Siempre un cambio, antes de aterrar a los misoneístas, despierta la
pasión de los innovadores. Y entre ese conflicto, deseoso por nacer, se
justifican las peores violencias.
La revolución injustificada que vendría
más adelante no es culpa de una Flora Tristán convencida y emprendedora, ella
forma parte de los utopistas, como Fourier o Saint Simon —en los que basó en
muchos acápites su folleto: «La
Unión Obrera », que se convertiría en un éxito de concepción y
anticipación. A ella, todo el lío que adopta las ansias de libertad para el
pueblo oprimido casi no le fue imputado, ni endosado. Por más que de haber sido
una osada mujer, al punto de despertar los celos de una famosísima George Sand,
de ideas liberales y revolucionarias, la autora de «Peregrinaciones de una
paria» es el testamento de una inagotable disputa por la equidad en su plena
magnitud.
Abril,
2003.
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