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sábado, 18 de octubre de 2014

Flora Tristán, 200 años

El lío por la libertad

En el bicentenario de su nacimiento, el mundo despliega sus alas de pleitesía hacia la contumaz luchadora social y visionaria escritora, que deambuló por tierras arequipeñas; convidando con su lúcida pluma de innegable talento descriptivo, la sociedad que le inspiró para germinar los primeros atisbos de su particular lucha social.


Vivió entregada a buscar la libertad hasta consumir sus propias fuerzas. Flora Tristán, la escritora francoperuana que más tenía de revolucionaria que de mujer intelectual, dedicó sus años de vida más valiosos a procurar el bienestar de los obreros y la gente del pueblo. Luchó palmo a palmo contra los convencionalismos sociales, con la determinación de liberar de los excesos de los potentados, a la sometida clase obrera, y, al mismo tiempo, dignificar a la mujer sin derechos y denigrada, que soportaba los inciviles tratos de aquellos varones que proliferaban desmesuradamente.
Antes de estar sumida en abstracciones y teorías fue una mujer de acción. Poco a poco se ganaba el apoyo de los humildes (en muchos casos ignorantes trabajadores proletarios) con sus diversas alocuciones y planteamientos de justicia para que estos dejen de ser explotados por los burgueses, tan opresivos en esos tiempos. Sólo trataba de convencerlos para que formen una Internacional Europea de Obreros, y así mutuamente defenderse de cualquier inesperado atropello. Sus derechos e igualdad ya eran para ellos una desmesurada abstracción...
Nacida en Francia, de padre arequipeño y madre francesa, al morir su progenitor, los papeles que justificaban la unión conyugal desaparecieron por culpa de la guerra contra España, apartándosele como hija ilegítima de la fortuna familiar; viviendo a partir de tal rechazo en búsqueda de la igualdad social que le fue negada. Desde ese momento sería una mujer sola contra el mundo. Como no consiguió la comodidad económica, que en el fondo no anhelaba, no le quedó otra opción que ser una libertadora.
En cada camino hay un riesgo, que aumenta según la amplitud del recorrido, de sus exigencias. Así Flora Tristán gracias a la «suerte» de sufrir profundos golpes en el dorso —su esposo, un rústico; su tío (Presidente del Perú), un cicatero— encontró su encumbrada labor: batallar por la justicia y esforzarse para que no haya más gente que sufra la indiferencia y las inclemencias que le tocaron vivir.
Su paso por Arequipa, «simbólico retorno» de apenas un par de meses, significó simplemente una extensión del rechazo que su tío Pío Tristán (último Virrey, Presidente Interino) le estaba preparando. Nada más que una lenta agonía en vistas de la esperanza de por sí quimérica. Si bien es cierto lo que el pensador sostiene, que la utopía mientras más lejana mejor; para que cuando nos vayamos acercando paso a paso a lo inalcanzable, al mismo tiempo, por acción de nuestro discernimiento, alejemos nuestro deseo cuando avancemos —pues este debe continuar siendo una utopía y no perder su carácter irrealizable.
En Arequipa encontró una ciudad de marcados contrastes, un Clero rico y fastuoso, una burguesía alienada y fatua, familiares afrancesados; mientras que por otro lado, el pueblo estaba condenado a ser indiferente a su propia ventura, con ojos cerrados y mentes atiborradas de inconciencia. Un variopinto cuadro de rimbombancias y opulencias señalizadas con dilatadas diferencias sociales. Flora abandonó el Perú con una sentencia entre dientes, catastróficamente aún cierta: «Un país donde la justicia se vende».
Entonces Flora hizo bien al alejar su operación a un nivel inmaterial, cargándola con fuertes tonos de espiritualidad. Si su ortografía no era la ideal para una mujer que pretendía remover los cimientos corrompidos, o si alguna vez intentó suicidarse por no resistir los maltratos de su esposo, o de si sostuvo alguna vez relaciones homosexuales tan mal vistas en su tiempo, estos no son puntos importantes e inhibidores de su ideal, no mellan en ningún sentido y valen un ardite.
Aunque su base, sólida, dentro de las nuevas teorías socialistas que se sucedían, no se podía aceptar a una «Paria» como representante, por más que esté al tanto de las nuevas corrientes libertarias, aún así haya sido reconocida por Marx como una valerosa y valiente representante del socialismo en ciernes, ella era no tomada en cuenta en enésimas ocasiones por el pueblo y sus faenas se duplicaban en dificultades por culpa de los oídos sordos de los mismos trabajadores a los que deseaba rescatar.
La libertad estaba presa por sus propios reos. Probablemente siempre lo esté. Pues aquel adagio trasluce hondas certezas: «Los proletarios jamás abogarán por su propio futuro». Mas cualquier disposición tomada oculta peligros hacia ambos bandos, los ejecutantes y los receptores. Siempre un cambio, antes de aterrar a los misoneístas, despierta la pasión de los innovadores. Y entre ese conflicto, deseoso por nacer, se justifican las peores violencias.
La revolución injustificada que vendría más adelante no es culpa de una Flora Tristán convencida y emprendedora, ella forma parte de los utopistas, como Fourier o Saint Simon —en los que basó en muchos acápites su folleto: «La Unión Obrera», que se convertiría en un éxito de concepción y anticipación. A ella, todo el lío que adopta las ansias de libertad para el pueblo oprimido casi no le fue imputado, ni endosado. Por más que de haber sido una osada mujer, al punto de despertar los celos de una famosísima George Sand, de ideas liberales y revolucionarias, la autora de «Peregrinaciones de una paria» es el testamento de una inagotable disputa por la equidad en su plena magnitud.

Abril, 2003.


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