La
tragicomedia del Teatro
Como
todas las nobles artes del mundo a las que la industria no les proporciona
apoyo, la subsistencia y continuidad del teatro depende de sí mismo, de sus
propios nervios. El teatro como arte sublime asegura su fortaleza en el ánimo
férreo de unos cuantos, empecinados en darle vida continua por el resto del
tiempo.
Es el género literario exclamativo por
excelencia. Arte grupal, donde participan varias personas aportando diferentes
quehaceres, desde los creadores intelectuales hasta los actores, el director,
los coreógrafos; los encargados de plasmar en la realidad las cavilaciones o
abstracciones del autor.
El teatro, como género literario (que
para algunos ya se desligó de la literatura) no es simplemente un suceso
programado con antelación para provocar entretenimiento, la distracción
inmoderada del público expectante. El verdadero teatro busca la reflexión, es
una profunda llamada de atención a la conciencia, en muchos casos dirigido a
crearla desde sus raíces.
En la mayoría de países el teatro
lentamente agoniza, pues como el gran público no gusta exigirse en pensamientos
y honduras mentales, no hay cómo hacer para conquistar los favores económicos
necesarios para subsistir. La taquilla personifica la más severa y afilada
guillotina. Suele llamarse teatro no comercial a las obras que pretenden
explotar arte, antes de las que buscan ser negocios rentables so pretexto del
entretenimiento.
Mas su valor particular va más allá de
todas las consideraciones de segundo orden. En contraposición de los medios de
comunicación masiva, que latentemente plantean el letargo de los espectadores,
el teatro de factura compite con los monstruos del entretenimiento.
Lamentablemente pierde la batalla. El drama que vive este arte hace que en
cuidados intensivos descanse su propio futuro... sin embargo es seguro que
eternamente estará ahí, resistiendo gracias a la labor de pocos altruistas que
aún creen en la cultura de la gente.
Aparte de cualquier sentimiento
pernicioso, en el día internacional del teatro, la celebración debe ser
completa, pausada y reflexiva.
Aunque no la más antigua (ni la primera
al momento de las enumeraciones) la comedia es un importante segmento del
género dramático, la más utilizada por antonomasia. Nadie es ajeno a ella,
todos la han vivido, gozado y padecido de continuo. Para vivirla es necesario
solamente un escenario de proscenio, para separar notoriamente al público de la
ficción. En muchas comedias el director entra en escena, para fomentar de
antemano el mensaje de improvisación. Para comprender a cabalidad la comedia
podemos imaginar al director en las vestimentas de juez letrado del Estado, en
pleno proceso penal con un, supongamos, ex perseguido político, o, mejor, ex
agente de inteligencia nacional, pérfido y maligno, que hechizó con potentes y
malsanos artilugios (la mayoría de estos ilegales) a las inocentes tropas de
aparato gubernamental y nacional.
Como vemos la comedia se caracteriza por
utilizar personajes vulgares, extremadamente cotidianos. Las coreografías son
utilizadas de preferencia, pero no son imprescindibles. Los casos para llevar
la comedia a cabo pueden multiplicarse infinidad de veces, consiguiendo
fácilmente bufones (mejor si son féminas) para las escenas de celos y amor
desengañado, que siempre causarán los efectos deseados en la audiencia. Y las
comedias de este tipo no se gastan rápido, es factible repetirlas día y noche
con ligeras innovaciones (ora un insulto, ora un desmayo del personaje
principal), innovaciones con las que se seguirá estimulando al público. No
tiene pierde.
EL
ABSURDO
El teatro del absurdo empezó en el siglo
XX, como despliegue de vanguardia. En él no predomina la asfixiante razón. Los
sucesos obedecen a nobles, alturados y profundos pensamientos que a veces ni
los propios personajes entienden. Veamos por ejemplo a un desventurado
presidente de un país tercermundista, demandando airadamente ciertos puntos
impostergables a una poderosa sociedad extranjera. Él sabe, al mismo tiempo de
su protesta, que en la vida va a lograr la cristalización de siquiera alguna de
sus exigencias, pero igual las dirige.
En jerga teatral para esta clase de obras
se requiere un escenario de corbata, donde el público rodea por varias partes
el desarrollo de las actuaciones. En el teatro del absurdo las cosas no
escoltan a la lógica. Podemos remitirnos al ejemplo anterior para verificar lo
expuesto. El personaje principal descarga sus diatribas para que sectores
desorientados crean que los está defendiendo, cuando sus intereses íntimos son,
si es que los tiene y los entiende, alimentar su popularidad o al menos no
desvencijarla del todo.
Fue el primer género utilizado por los
griegos. Los personajes son grandes atormentados, seres enhiestos, tiesos y
derechos que no se encuentran todos los días así por así. Generalmente son míticos,
semidioses bajados del cielo: leyendas andantes. Sus atribulaciones atacan
hondos problemas de la existencia. Pocos son los capaces de resolver conflictos
de tales envergaduras. Por ejemplo el emperador bondadoso y justo que dirige
una batalla contra infames y peligrosos fanáticos. Fiel a su labor mesiánica el
mundo será salvado finalmente gracias a su inigualable desempeño. Esta es la
tragedia en su mayor grado.
Pero como en toda obra, antes del
desenlace hay antecedentes, motivos y aspiraciones, al vengador del futuro no
le faltará fraguar ciertos datos, esquivar algunas leyes —para enriquecer la
obra, el héroe adquiere matices— y en vez de combatir al peligro del terror, se
enfrenta a un antiguo conocido familiar (venganza hamletiana). Y como guerrero,
su recompensa posiblemente sea consumada: millones de galones de un codiciado
oro negro...
El mundo es, en general, un teatro de
innumerables representaciones.
Telón.
Marzo,
2003.