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lunes, 30 de junio de 2014

Dualidades y cualidades de una diva

Las horas contadas de Virginia

Luego del estreno de Las horas, libro llevado al cine que nació a partir del efecto que impulsa la obra y biografía de la singular novelista inglesa, Virginia Woolf, los argumentos que sustentan su esplendor y lucidez literaria se han avivado, cautivando con su reflexiva creación y austera vida a más de uno.


Una escritora, dentro de la época victoriana inglesa, por demás conservadora y pasiva, en un inicio puede promover suma sorpresa. Pero al momento en el que le correspondió germinar y publicar sus primeros libros, Virginia Woolf parece que tuvo todo a su disposición para arremeter decididamente en la literatura.
Descendiente del reconocido novelista británico William M. Thackeray, e hija de un padre culto que se preocupó por formar en sus vástagos el amor por las letras y lo sublime de la cultura, el destino literario de Virginia Sthepen (que luego de casarse adquiriría el apellido Woolf de su esposo) estuvo delineado desde mozuela. Además, tuvo la suerte de vivir próxima a la mayoría de las familias cultas de Inglaterra.
Su educación fue diferente a las mujeres de su generación, privilegiada pero lamentablemente aislada. No fue al colegio debido a su precaria salud, no como otros coligen que en ella se impuso una autoridad machista; pues su familia tenía a la cultura y la ilustración como si fueran líquidos naturales que corrían por sus venas. Mas, junto a su padre, forjó una preparación para la vida bastante codiciada.
Como es evidente, Virginia Woolf creció en medio del saber de su época, en un ambiente propicio para ser escritora. Desde joven formó parte del famoso círculo intelectual, en el que coincidían literatos, poetas y filósofos, denominado: «Bloomsbury group», coronado por el rememorado escritor, su coetáneo, E. M. Forster. Esporádicamente asistieron también a tales reuniones obeliscos intelectuales como Bertrand Russell, T. S. Eliot y Aldous Huxley.
Ella raudamente empezó a publicar sus propios libros —ofreciendo novelas continuadamente—, compartiendo su labor intelectual brindando desinteresado apoyo a intelectuales aún desconocidos, con la editora que creó junto a su esposo. De ánimo generoso nunca negó apoyo a sus homólogos; eso sí, los incentivó a continuar con sus propósitos.
En la búsqueda constante de nuevas técnicas narrativas, Virginia Woolf se exigió como pocos escritores lo hicieron con ellos mismos. Siempre a la vanguardia y en pleno dominio de los nuevos «descubrimientos» técnicos que se empezaban a utilizar, ella aportó considerables aciertos al discurso narrativo. El flujo de conciencia o monólogo interior entraba a la fiesta por la puerta grande. Como despreciaba toda clase de academicismo literario —para ella no existían los preciosismos— de su mano fluyeron, entonces, abundantes novelas experimentales; las que publicó a ritmo regular y acompasado.
Muchos escritores buscan obsesivamente «una gran historia que contar», algo sorprendente que llame la atención del público y los haga notorios y merecedores de reconocimiento... Para Virginia: «El tema propio de la novela no existe; todo constituye el tema propio de la novela», rechazando de plano pequeñas desmembraciones, segmentos más importantes que otros. Afirmando luego que sabía crear toda clase de narraciones, sin embargo, para los argumentos de un solo parámetro, les administraba profunda indiferencia.
Cada vez menos acción presentaban sus obras, donde hasta el más mínimo instante en la vida de sus personajes era de valiosa mención. «La mente percibe miríadas de impresiones triviales, ya fantásticas y efímeras o grabadas con la precisión del acero. Ellas surgen, se repiten, y su acento ya no es el de antaño.» Para ella eran capitales aquellas sutiles experiencias, del normal de la rutina, donde los seres humanos permiten (únicamente en estos momentos) reflejar su verdadera personalidad, sin disimulos ni actuaciones.
«¿No es la tarea del novelista coger el espíritu cambiante, desconocido, ilimitado, con todas sus aberraciones y complejidades y con la menor mezcla posible de los hechos exteriores y ajenos?» Por tal afirmación a sus novelas se le catalogaron de intimistas, que escudriñaban los pequeños resquicios que para muchos pasaban desapercibidos. Donde los personajes no debían ser rígidos, sino evolucionar entre sí, poseyendo siempre incontables matices que los iban amoldando de acuerdo al paso del Tiempo —uno de los grandes hilos conductores de su obra.
Marca de madurez, cuando los personajes opinaban menos, y ella describía más. Los límites convencionales del mundo no son muros infranqueables, torres inevitables, sino todo lo contrario, todo cambia, da vueltas. Tuvo la ambición para crear una forma femenina de narración, a la par de los vanguardistas como Joyce, Kafka y Proust, geniales contemporáneos suyos. No por nada a Virginia Woolf se le considera una de las novelistas más reflexivas de la historia de la literatura, pues como para ella no primaba el movimiento sino la percepción, los acontecimientos estaban en desventaja de los pensamientos. Pensamientos que supo anotar con un cargado lirismo colindante con la poesía.
Una visión personal de la vida: un faro que ilumina las pequeñas cosas, les da importancia, para luego abandonarlas y dejarlas a la mitad. La unidad se establece cuando, desde otra perspectiva, se retoma tal sensación. Bajo esta modalidad se desenvolvían sus historias, en que partiendo de otros personajes, se regresaba al tema aportando otros puntos de vista, los cuales dejaban entrever la personalidad de dicho personaje.
Y no se puede sostener que le haya faltado frescura. El humor inglés, tan fino y a veces difícilmente de percibir, apareció tímidamente, en algunos casos, y en otros sagazmente, asomando en sus textos. La suave ironía se mezclaba con desgarradoras afirmaciones que incitaban a la melancolía y la desesperación. Pues a Virginia Woolf la interesaban extremos opuestos; exigiéndose siempre más de lo normal para escribir libros como pocos habían logrado.
Su obra resulta indispensable, maestra de la literatura inglesa, renovadora original y tenaz, que logró decir más con la detallada descripción de un paisaje y con diálogos sencillos y cotidianos, pero profundos, que con vastas alegorías a acontecimientos y argumentos.
Con una vida retraída, con pocos datos de su existencia, donde cuentan unos pocos viajes por Europa, la mayoría del tiempo se la pasó escribiendo. No tuvo descendencia y hasta el final no hizo más que escribir y escribir, sintiendo cada vez más melancolía y desconcierto por todo lo que pasaba en el mundo.
La depresión que sentía por culpa de la Segunda guerra para muchos provocó su suicidio. En parte tal aseveración es cierta, pero lo que condicionó su mente para tomar esa extrema decisión fue el abandonarse enteramente a su propia conciencia estética (rechazando lo formal), que mantuvo hasta el fin de su vida. Presa de angustia, los motivos no fueron pocos. El desequilibrio mental en el crepúsculo de su vida no tardó en precipitar las cosas.

Marzo, 2003.

lunes, 23 de junio de 2014

Arthur Schopenhauer y la herencia

El calendario coincidió con Schopenhauer, el gran filósofo y escritor alemán, motivando nuestro intelecto para consagrarle un escrito de retribución a todo el esplendor de su genio y a la continuidad que de su pensamiento y estilo discurrió, en esta fecha en la que se acumulan 215 años de su nacimiento.


Signo dominante de la modernidad: incentivar el cambio.
La afirmación enmarca una constante en los hombres que tienen a la lucidez como hermana. Hombres que al momento de remarcar su destino, la decisión de separarse de sus antecesores, no significa más que el proyecto del ego fortalecido, en pos de ensalzar sus propias ideas, originales y todo lo que se quiera, con tal de disponer un camino propio.
Al avanzar el tiempo y cuando las aspiraciones intrínsecas fluyen hacia el pensamiento, la alimentación intelectual en un inicio es desordenada, apremiada y todo superficial. Mas siempre llega un escrito, libro o escritor que hace despertar la conciencia, en el preciso instante en que el sujeto relee lo que sin percatarse llevaba dentro; cuando se tocan las vísceras y las cuerdas que lo conmueven y le hacen vibrar cual instrumento bien afinado.
Así pasó con Arthur Schopenhauer por doble vía. La primera, al momento de leer algo que lo trastornó —al dedicarse a las letras siempre una fibra íntima se quiebra—, como sucede con las sentencias orientales que le fueron familiares; y segundo, los que vinieron después y lo tomaron como ejemplo y guía —cuando las ideas son anotadas y la voz interna es solitaria y autónoma, se tiende el camino de una corriente.
De seguro, los textos que cumplen estos no tan sencillos requisitos, con el pasar del tiempo abrazarán a incontables lectores, y si no hay suerte, a seguidores, que crearán escuela. Como la función del mejor maestro es formar maestros y aniquilar discípulos, servilismo y dependencia, de la pluma de Schopenhauer se inspiraron otros grandes pensadores (ya no filósofos) como Nietzsche, de quien a su vez partió Cioran. Ejemplos contundentes que afligieron y reconfortaron sus respectivas y posteriores generaciones, dependiendo de los tipos de lectores que encararon.
Ahora, uno conoce al anterior, pero jamás lo imita adrede, en un inicio asimiló sus dictámenes, pero al querer continuar una brecha abandonada a la peligrosa lucidez, delineó los personales bramidos para que se encuadren en el marco de su carácter, experiencias y lecturas. Siempre el precedente es más dócil que el siguiente.
Por el mismo lado, dentro de esta cadena de eslabones tan disímiles, fácil es afirmar que los temas que tocan los tres como puntos de referencia no tienen relación alguna. Pero lo que está a las espaldas y los abraza no es simplemente un temática, sino un ritmo, un particular estilo, diferente pero a la vez análogo.
A ellos los caracteriza la preferencia por la estética adjunta a su respectiva estilográfica. Sus escritos, de excepcionales temperamentos, ahondan en el pesimismo más devastador hasta por poco dejarlos exánimes. Y Schopenhauer —para su época— estuvo terriblemente decidido a sumirse entre las penumbras más inexpugnables del hombre.
Lo más pesimista que un filósofo puede llegar a ser, es otorgarle tan generosamente a los hombres, la potestad para elegir uno mismo el mundo que quiere vivir. Tremenda dadivosidad jamás pudo ser aceptada por el entorno que le tocó sobrellevar, por tal, siempre fue señero, retraído y alejado. Desconfió del laberinto de la realidad, resaltando la representación que uno se hace del mundo a través de su voluntad.
De su obstinado periplo, que adoleció de tardío reconocimiento, los que tomaron la posta, luego de ser seducidos por su profético escribir ya asistemático, renegaron del antecesor, nada más que para convencerse de que ellos mismos son diferentes. De eso se trata, endilgar su propio canto, inicialmente mancillando al icono, para con la sagacidad cristalizada y propio repertorio instituido, asumir con deferencia los monumentos antes socavados.
De la modernidad (constante fluir hacia una anhelada novedad) no se puede más que depositar la costumbre. Renovar y renovar lo antiguo ofrece como resultado el cambio inevitable, por lo que pasó de moda, a lo que todos inconscientemente presagiaban. Sí, la ruptura es cosa de todos los días.

Marzo, 2003.


lunes, 16 de junio de 2014

Piano: virtud, energía y sosiego

Arma inquebrantable para albergar el espíritu y combatir la desaprensión que el devenir social conlleva: el piano. En tiempos que obligan a la reflexión y al cultivo del mundo interior, la música es un bálsamo refrescante, necesario e imprescindible para fortalecer el alma y despertar la sabiduría que todos llevamos dentro.


Es el instrumento más cromático, el más completo, el que ningún compositor felizmente puede evitar. Por la cantidad de sonidos —el más completo— se pueden reproducir casi todas las tonalidades que engloba el pentagrama (a excepción de los medios tonos y las degradaciones que alcanzan los instrumentos de cuerda frotada) para al momento de componer, contar con la ventaja adecuada para aprovechar el sonido más rico de cada instrumento. El pianoforte, combinación de suave y fuerte, llamado piano hace ya mucho tiempo, sólo es comparable con el órgano, mas goza de la dilección eterna de todos los músicos.
Los más grandes genios musicales aprendieron con suma facilidad a sumergirse en este mar de teclas, calmas y bravías, que es el piano. Creado a partir de la evolución del clave, el clavecín y el clavicordio, el piano revolucionó el color en los sonidos, explotando la modulación jamás alcanzada en los instrumentos compuestos de percusión y cuerda.
Los románticos fueron los primeros que se dedicaron con fuego y pasión a descubrir y extraer melodías de su interior. Entre ellos se encuentran los primeros virtuosos, Mozart, Beethoven. Conocedores privilegiados del instrumento, cuando éste antiguamente presentaba un tamaño inferior al que se le conoce ahora. Los anteriores compositores, del periodo barroco, si bien eran unos magníficos ejecutantes del violín, el clave, y el órgano, no llegaron a conocer la técnica del piano. Ellos atacaban el teclado con una cortesía y mesura delicadísima, donde no estaba permitido mover los brazos, y sólo se exigía una digitación ágil y obediente. Más adelante llegaría el vigor y la violencia de los ataques con todo el brazo, incluidos los pectorales, como enseñara Liszt.
Hasta que se encuentra al símbolo predilecto de los pianistas: Fryderic Chopin. Él y Rachmaninov, profundos conocedores del piano, son, sencillamente, maestros. A despecho de otros compositores (sin desmerecerlos) que legaron piezas incomparables para el teclado, este dúo del parnaso musical entregó laureles inmaculados de perfección y limpieza; donde siempre innovaron inéditas artes debido a sus consolidadas destrezas y evidentes aptitudes innatas.
El gran Beethoven muestra en muchas partituras falencias veniales, una falta de rigurosidad con el metrónomo, que recién se utilizaba en aquellos tiempos. Confirman sus errores matemáticos la dificultad para multiplicar, que lo persiguió toda su vida. El gran Mozart profusamente componía melodías cuadradas sin octavas, las que sólo utilizaba como variación del tema principal, y nada más. Pero Chopin y Rachmaninov con su profunda comprensión del teclado aportaron nuevas técnicas al lenguaje pianístico en sus respectivos siglos, el XIX y el XX.
Otro episodio aparte merece Liszt. Actualmente en Viena, la capital de la música, a Liszt no se le tiene mucha estima como compositor. Se trata de escoger, y un pianista debe escoger. Ejecutar una pieza suya, para un músico profesional, le lleva mínimo un par de años, nada más que para aumentar a su repertorio tres exiguos minutos; pues sus obras disponen una complejidad tal, que sólo su autor podía desarrollarlas. De todos modos Liszt fue un majestuoso pianista, un espectáculo apremiante.
Así avanza el siglo XIX, con compositores de mención obligatoria que gran parte de su obra la dedicaron el piano, como el post clásico Schubert, que alcanzó al umbral del romanticismo, y los románticos Schumann, Mendelssohn, además de los tardíos Brahms, Tchaikovski, Dvôrák, Grieg, infinidad de grandes músicos, compositores y pianistas, que con refinado gusto aportaron lienzos inesperados a la literatura del piano.
Entrando al siglo pasado, además del mencionado Rachmaninov, destaca por su aporte pianístico, a parte de ser un músico autodidacto, Schönberg, que con maestría demostró la precariedad de lo tan venerado, como es la preparación académica, cuando él por sí solo pudo alcanzar lo que muchos otros no, con todas las comodidades del caso. Se trata de trabajo arduo, y verdadera pasión.
En esta época, rebosante de pianistas profesionales, es muy difícil adelantar nombres de grandes compositores. Los pianistas disfrutan fama y dinero antes que los compositores, que están dictaminados a ser segmento del futuro, pues todos siempre son personajes póstumos. Los genios se adelantan a su época, e irremisiblemente no son comprendidos por sus contemporáneos. Así pasa con los compositores, en vida deben solicitar cualquier oportunidad que se presente para alcanzar una merecida posición.
Los que crean, componen, no se les asume al mismo nivel que a los que ejecutan. Para dedicarse a compositor hay que afrontar muchas vallas y pugnar por el resbaladizo reconocimiento en pleno centro de Europa. Pero eso no es un asunto que le competa al piano, él no debe rendir cuentas por lo que padecen sus más ilustres tripulantes por culpa de sociedades demasiado asentadas.
En los últimos años en Viena, la capital mundial de la música, se ha empezado a fabricar pianos que incluyen hasta el Fa agudo, dejando atrás al Do, y en las notas graves ya se aumentó una octava más, cuyas cuerdas fácilmente asemejan sogas. Los pianos varían en flexibilidad, siendo los de cola los más recios, peor cuando están nuevos. En el Perú existen nada más que dos pianos dignos de mención, que se encuentran en Lima.
Pocos son los pianistas que tocan los modernos teclados electrónicos. Ninguna invención tecnológica podrá emular la sensación natural que el piano ofrenda. El pedal, el marfil y la madera de las teclas, la presión y el peso, el retorno, además de la modulación, son irremplazables características que ningún avance logrará nivelar. El piano, pequeña gran caja, joyero de la enseñanza para aprender a vivir. ®

Marzo, 2003.


lunes, 9 de junio de 2014

Literaturas de una conquista

Contienda de dos civilizaciones

Producidos y acreditados por la fama de sus progenitores, Francisca Pizarro y Álvaro Vargas Llosa, juntos, en una sociedad que sobrepasa fronteras y desplaza al tiempo. La historia biografiada de la hija del conquistador del Perú, el extremeño Francisco Pizarro, reconstruida y relatada por el no menos reconocido y controvertido periodista y escritor peruano.


Luego haber corrido la mala suerte de ser proscrito de su país, Álvaro Vargas Llosa, dedicó su tiempo a finiquitar la obra que hace unos años antes no lo dejaba descansar tranquilo. Por sus actitudes poco amistosas con el gobierno de turno en su país, incluso desde antes que éste se cristalice, según él, se montó una especie de «cacería de brujas» contra su persona a fin de acallar su influjo político y su severa actitud crítica.
Al ser declarado reo contumaz por el gobierno, no le quedó otra salida que huir de su tierra (en la que tampoco discurrió mucho tiempo de su existencia), para comenzar a redactar la historia que le inquietaba intelectualmente y le despertaba hondo interés. Se fue a la capital de la Madre Patria, para poner las manos a la obra, previamente realizando un concienzudo estudio de los acontecimientos que de la obra trata.
Álvaro sabía que permanecer en la clandestinidad traía sus beneficios, pues bajo esta condición se podía dedicar uno a sus estudios de lleno. Luego de los polémicos momentos y de los deslices públicos que varias veces cometiera, este hombre más notorio que introvertido, se dedicó de lleno a trabajar en el proceso creativo de la escritura.

*

Por aquella época las costumbres aún se hallaban en la más completa divergencia de circunstancias. Las nuevas situaciones no podían dejar de asombrar a quien sea que se detenga por un instante y reflexione sobre los sucesos que se estaban dando, de aquel choque de civilizaciones tan dispares, extrañas y extremadamente apartadas.
Los castellanos paso a paso ya se habían establecido en el nuevo continente, que de nuevo tenía la inocencia, venidos de la vieja Europa, que de vieja adolecía de despilfarro y avaricia. Soliviantados por el rey que reafirmaba su ambición diciendo que: «En su imperio no se ponía el sol», jactándose de la imponente extensión de sus dominios, los españoles invadían prestamente las vírgenes tierras del continente recientemente encontrado.
Dichosos, y por la falta de mujeres de su idiosincrasia, se regodeaban con todas las doncellas indígenas que a su alrededor generosamente disponían. Además, era parte del juego diplomático de los nobles, usar a las cortesanas (en infinidad de casos las mismas hermanas) para estrechar lazos de parentesco con aquellos guerreros opuestos, con los que convenía adherirse. Por tanto, las mujeres quedaban más sometidas a los hispanos que a sus propios hombres, los aborígenes.
Así fue como Inés Huaylas, antes llamada Quispe Sisa dentro del mundo andino, la hermana de Atahualpa, el potentado heredero para la gente del norte al trono del Tahuantinsuyu, fue ofrecida por éste mismo al recién llegado y misterioso señor de barba rala y cabellos brillantes, llamado Francisco Pizarro. La movida sólo formaba parte de las tácticas políticas, que al final no fructificaron; pero la transacción igual fue llevada a cabo.
Entonces de esta unión, unión que significaba la mezcla más categórica e insigne de dos culturas, nació como hija primogénita, Francisca Pizarro Yupanqui. Corría el año 1534. Su madre apenas fuera de la adolescencia; su padre, a punto de quemar los últimos años. Ella, princesa Inca, último vestigio de su noble, inimitable e inteligente casta, la que se manifestaba en cuantiosos casos, como la facilidad para aprender ajedrez en pocos días de su prisionero tío Atahualpa, o la celeridad para hablar el idioma castellano en menos de dos semanas. Él, Pizarro, aunque hombre inculto, le enaltece la vergüenza por no ser instruido, aparte de su valentía y su desarrollada inteligencia para la guerra, que le eran innatas.
Y es así como la mestiza niña, símbolo de una fusión intercontinental, crece dentro de dos mundos, con la dificultad para poder diferenciar entre su real origen, al medio de dos corrientes encontradas. Educada al inicio por su propia madre, al ser asesinado Pizarro, huye como todos sus hermanos, primero a Tumbes, luego a Quito, hasta ser desterrada a España a la corta edad de 17 años.
Sin la identidad definida, Francisca, en el viejo mundo, busca y probablemente encuentra una nueva forma de vivir, a expensas de su inmensa fortuna heredada por ambos padres. Se casa con el hermano de su padre, el también conquistador Hernando Pizarro, al que le da 4 hijos. Empieza a gozar del lujo, y una vez viuda, contrae nupcias nuevamente con un muchacho menor.
Es probable que para no sentirse muy madura frente a su esposo, hizo uso exagerado de joyas y ropas costosas que en apariencia le disminuyan la edad. Y así, pasó su vida, sin mayores datos que puedan dar luces sobre sí, no dejó cartas ni documentos importantes para reconstruir su vida. Murió en 1498, a los 65 años. No obstante, ¿habrá podido desligarse completamente de su sangre nativa? ¿Olvidarse de las usanzas de sus antiguos? ¿A los emigrantes no les queda eternamente un halo de nostalgia por el terruño abandonado de pequeños?
Francisca Pizarro fue el ejemplo vivo de todo un proceso de mestizaje en todo un continente. Con ella se puede comprender todos los intrincados sentires que padeció, tanto como gustó, la civilización naciente que luego formó parte cardinal de todo un sector del hemisferio.

*

El escritor supo después que ya poseía una historia entre las manos, con todos los requisitos de rigor, coherencia, temporalidad, interés, y demás, para poder edificar un libro.
En su investigación no gozó de los tomos suficientes como para hacer simplemente un trabajo de valoración, luego exposición y argumentación, sino que inexistentes eran las páginas que hablen de la personalidad y ánimo que acompañó a Francisca a lo largo y ancho de su vida.
Plantea entonces dar rienda suelta a su imaginación, a su fantasía, para reconstruir, los sentimientos que debió experimentar ella. Ya delinea el título: «La mestiza de Pizarro»; y le agencia un subtítulo: «Una princesa entre dos mundos». Aunque sabe que no es costumbre suya abandonarse a la deriva en los sinuosos valles de la imaginación, en el intento no tuvo que sortear demasiadas adversidades. Dedujo que no es necesario tanto el talento que se le idolatra por todos lados, sino, simplemente lanzarse al ruedo, sin dubitaciones.
Sin embargo, el aura de su padre lo perseguirá por todos lados. Superarlo sabe que no va a poder en el transcurso de sólo una vida. Está seguro que dominio de palabra tiene, casi igual que de lenguaje, pero mucho más cuando los pronuncia, antes que cuando los plasma en el papel. Aún así, el empeño ya estaba consumado.

Febrero, 2003.


lunes, 2 de junio de 2014

Reynoso, listo para ir al cielo

Efímeramente pasó por su ciudad natal uno de los más importantes escritores nacionales, Oswaldo Reynoso. Buscó refrescar pensamientos y recordar experiencias con antiguos conocidos. Como resultado de su peregrinaje dejó particulares regalos de lucidez y enseñanzas dirigidas, especialmente, a la juventud ávida de gustar los sabores y saberes de la palabra, la anécdota y la vida inteligente apasionadamente llevada.




Fue una reconfortante entrevista la que nos concedió este hombre de certeras respuestas, dispuesto a esclarecer amablemente los aspectos que más resaltan de su obra, así como también a precisar algunas inquietudes que pesan sobre la actualidad intelectual. Tuvimos la suerte de aprovechar su visita y brindarle al público arequipeño las apreciaciones de un inigualable representante de las letras nacionales.
¿Por qué su interés literario en la realidad de la adolescencia?
En la literatura peruana hay la tradición de trabajar con personajes jóvenes y, además, las mejores obras que se han escrito sobre la adolescencia se elaboraron cuando los autores vivían esa edad. Entonces son dos aspectos: las mejores producciones; y los personajes, surgen de la inspiración juvenil. El primer caso es por el «complejo Rimbaud». Si uno ve las antologías que se publican encontrará a muchos poetas que después de algunos años ya no persisten, ni publican. Muchos de ellos fueron buenos poetas, pero con el tiempo abandonaron las letras.
En lo que se refiere a la narrativa, igual. Esto se debe a que en nuestro país la literatura no es una profesión, y la persona que se dedica a escribir tiene que acudir a otras ocupaciones para vivir, como la cátedra universitaria, gozar de rentas o conquistar prestigio fuera del país. Esto explica el «complejo Rimbaud».
¿Y sobre la juventud como personaje?
Se ha dado una explicación general: la narrativa se hace a partir de vivencias. En América Latina todas las obras —con excepción de Borges— hablan de una experiencia vital. Rulfo, García Márquez, Vargas Llosa, parten de situaciones personales. Esto explicaría porqué la mayoría de personajes de la literatura latinoamericana son jóvenes. En mi caso he persistido en mi condición y vocación de escritor a lo largo de toda mi vida y por eso, activé una cotidianeidad y práctica literaria. Los personajes que aparecen en mis novelas parten de esta experiencia vital que se obtiene en la adolescencia.
Además agregaría que hay dos épocas críticas en la vida del ser humano: la juventud, donde el ser humano comienza a sentir transformaciones en su organismo, y la vida y la sociedad lo obligan a tomar decisiones trascendentales. El muchacho no llega a comprender lo que le está pasando, por eso que los más conscientes, sensibles viven al borde del abismo. Pero una vez que se alcanza estabilidad, hay cierta anulación y aparentemente termina esa inestabilidad. Pero esto se rompe al enfrentarse a un mundo desconocido cuando se pasa los 60 años. Aquí viene la otra crisis: «¿Qué es lo que hice? ¿Cumplí todo lo que me propuse? Quiero seguir pero mi vida se acorta...». Por una parte se adquirió sabiduría, pero a esa edad no sirve de nada, por que ya se sufre la tiranía del cuerpo, las enfermedades. Esa crisis fue muy bien expuesta por Goethe en Fausto.
¿Sobre la crisis de la vejez no pensó escribir?
Los narradores estamos detrás de los momentos cruciales, porque para llevar a la ficción a un personaje se tiene que sufrir una situación crítica. No puede ser alguien cotidiano, anodino. Hay literaturas que se abocan a estos personajes, pero los presentan en su estado de desamparo frente al mundo, como la gran obra de Joyce. Pero ahí tiene un sentido más profundo. Mas siempre se escoge la crisis.
Ahora, cuando escribí mi primer libro Los inocentes, no tenía conocimiento de esta segunda crisis, sin embargo aparece un personaje que es la contraparte de los jóvenes. Dentro de En octubre no hay milagros, los personajes mayores sirven como complemento. Pero en mis dos últimas obras: En búsqueda de Aladino, quien habla está por encima de los 60 años; y en Los eunucos inmortales también, donde se asoma la crisis de la soledad. Por eso la literatura latinoamericana parte de lo vivido, no como la europea, que parte de experiencias culturales.
Qué le recomendaría a un joven que quiere escribir.
Tres cosas: en primer lugar leer, porque la literatura es un proceso social. Es una búsqueda de técnicas, estructuras, contenidos, entonces se tiene que conocer lo que otros anteriormente han hecho para no hacer lo mismo. Es como tratar de inventar una bombilla y pasarse la vida haciéndola, cuando ya fue creada. Segundo: escribir. Una persona debe aprender a caminar caminando, un escritor debe aprender a escribir, escribiendo. Muchos jóvenes dicen que primero van a leer y luego escribir, cuando deberían estar intentándolo desde el inicio. Escribir es un oficio que se modela y concibe con la práctica. Tercero: vivir. Tiene que atesorar y sumar vivencias intensas para poder decir cosas valiosas. El escritor tiene que descubrir estructuras, tiene que hallar la poesía de la palabra y sobre todo, la vida misma.
¿A qué lecturas o escritores recurre con frecuencia?
Depende de cómo me encuentre. A veces releo El Quijote, Ulises, o En busca del tiempo perdido. Para mí la literatura es un placer que va cambiando. Aprendí bastante de Cervantes, Joyce y Proust. Recibí muchas influencias. Unas fueron pasivas, cuando se escribe como alguien sin darse cuenta; otras fueron estéticas cuando se es consciente de los gustos y se desarrolla algo más; y otra activa cuando el escritor intenta superar el estilo que le influyó.
¿Y la influencia de Jean Genet?
Sí, me influenció mucho. Sobre todo por ser el primer escritor en usar la jerga en sentido literario. Sartre dice, en un libro que escribió sobre Genet, que la jerga es uno de los lenguajes más poéticos que existe. Y yo la empleo de una u otra forma en mis libros.
¿Alguna vez estuvo seducido por escribir poesía?
Lo primero que publiqué fue poesía. Escribía narrativa y poesía a la vez. Pero ahora escribo verso. En todas mis obras me esmero por brindar un contenido poético. Por eso creo que sigo siendo un poeta, en prosa. Ahora mismo, por ejemplo, estoy escribiendo, pero a veces mis trabajos no configuran una novela. Ya tengo la estructura para una nueva obra.
Usted no publicó mucho en comparación con otros novelistas.
Eso depende del temperamento del escritor. Hay los que tienen una gran fertilidad, publican todo lo que escriben y atiborran con sus libros las librerías. En mi caso soy bastante meticuloso y corrijo mis escritos. Además como ilustración, diré que sigo escribiendo en mi máquina Olivetti desde hace 50 años —principalmente por la musicalidad y el ritmo que oigo en el repique de las teclas.
Cómo fue la anécdota de Los inocentes...
La obra tenía ese título y Scorza me dijo que la iba a editar con la condición de cambiar el nombre a uno más comercial. No acepté porque no encontraba uno de mi agrado. Me rechazó y en el último momento «Lima en rock» llegó a mi cabeza. Le agradó y el libro se editó con ese nombre.
Por qué El escarabajo y el hombre es novela experimental.
La novela tiene tres bloques aparentemente sin conexión. En el primero un joven habla en jerga con su profesor. En el segundo se describe en lenguaje poético la vida de los escarabajos. Y el otro es el dialogo de dos personajes en una carretera. La intención es que a lo largo de la lectura estos tres bloques se iluminen mutuamente.
Sus dos últimas novelas, luego del viaje a China, ¿admiten influencias orientales?
No tanto. Hay personajes chinos pero las historias difieren porque es difícil captar su condición cultural. Ellos tienen otra forma de ver el mundo. Se basan en preceptos absolutamente diferentes a los que nosotros usamos. Yo trato en la novela de expresar eso, nada más.
En sus cátedras, ¿ha encontrado futuros grandes novelistas?
Sí, es posible. Vislumbro gran potencialidad en algunos estudiantes. Hay talleres que permiten ver cómo se desarrollan los nuevos escritores, pero para mí estos son sólo rémoras, porque los que enseñan simplemente explican términos, dan fórmulas; no hay relación personal entre maestro y aprendiz. Hay quienes se guían por modas de análisis e interpretaciones, yo no entiendo. Los escritores deben encontrar su estilo propio a través de la lectura.
¿Hacia dónde cree que va la literatura peruana?
Eso se ve por la realidad del país. En los 10 años de la última dictadura los jóvenes escritores rechazaron toda actividad política por temor. Un muchacho de 25 años no puede negar que siempre estuvo en constante roce con la violencia. Desde pequeño vivió el terrorismo, nació con el trauma de una guerra y cuando quiere escribir se ve influenciado por el miedo, entonces produce una literatura intimista, individualista. Cuando cae la dictadura ya se siente más libre de creación. Ahora hay facilidad de expresión.
¿Cuál es su ideología? ¿Se manifiesta en sus escritos?
Ahí hubo confusión. Una cosa es filiación política y otra filiación ideológica. Yo no pertenezco a la primera. No soy de ningún partido, pero sí tengo una ideología definida. Ser parte de un partido político en cierta forma restringe la libertad y un escritor no debe carecerla.
¿No le parece que omite muchos temas dentro de su literatura?
Antes se hablaba de la novela total donde se tocan una infinidad de situaciones y personajes, pero yo no estoy dentro de esa línea. Mis personajes no son numerosos ni mis temas. Son formas personales de asumir la creación literaria.
¿Como el intelectual debe de afrontar el devenir político y la coyuntura social?
Se mencionó mucho el compromiso del escritor y se creyó que tenía que asumir una dirección política. El escritor debe conservar independencia frente al poder político, debe estar alejado del partido y del gobierno. Lo que no significa que se carezca de posición ideológica. La mía es socialista, a favor de los pobres. Yo escribo para todos pero, para mí, prefiero que los pobres me lean; por eso abarato los costos de mis libros.
¿Pretende aleccionar a los pobres a través de su literatura?
No. Siempre se ha creído que cuando se escribe para las clases económicamente bajas se les debe alcanzar un mensaje, como si lo pobres no tuvieran derecho al goce estético. Todos necesitan cosas bellas. Y los gobiernos que quieren hacer una política cultural deberían administrar museos, bibliotecas, editoriales, conceder premios e incentivar. ¿Qué cultura pueden dirigir los actuales gobernantes si disminuyen los presupuestos de esta?
¿Cuál novela suya le agrada más?
Considero que solamente escribí una novela con diferentes capítulos y personajes. Todo lo que escribí conforma una sola obra.
¿Se siente satisfecho con su producción y con lo que ha hecho hasta ahora de su vida?
No me arrepiento absolutamente de nada de lo que he escrito, ni de nada de lo que he vivido. Estoy listo para irme directo al cielo. Y sé que me van a recibir, (risas).


Octubre, 2002.