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lunes, 12 de mayo de 2014

Víctor Hugo, 200 años

Añeja vigencia de Víctor Hugo

Poeta romántico por antonomasia. Hombre público admirado desde joven. Incursionó en política no atentando contra el arte de la escritura. Víctor Hugo representa una vida dedicada a la humanidad con pasión, absoluta entrega. 200 años hace de su nacimiento, y en esta oportunidad le dedicamos palabras de reconocimiento a su genio.


Dijo Gauthier: «El Prólogo de Cromwell resplandece como las tablas de la ley en el Sinaí», refiriéndose al escrito donde Víctor Hugo estableció, sin las pretensiones del caso, las bases del movimiento romántico francés. Influido por sus contemporáneos de aquélla misma escuela, Hugo recogió y ordenó la totalidad de ideas que defendían los primeros románticos y las plasmó en el prólogo de uno de sus primeros dramas. Desde ahí fue considerado el mentor del Romanticismo.
Víctor Hugo fue un poeta escritor, que desempeñó actividades varias. Todas sobrellevadas con el ardor magnífico del genio. Fue escritor famoso desde muy joven; político acérrimo, de ideas claras y concisas llevadas a la misma altura de la pasión; orador ágil y a la vez profundo; poeta, eterno poeta, que reflejó hondamente los sentimientos de todo un siglo. Víctor Hugo ilustró con maestría todas las pasiones humanas posibles, en poesía, drama, novela e inclusive en escritos sociales y políticos.
Desde muy joven llamó la atención del pueblo galo por sus obras, ganó concursos de escritura, y de ahí para adelante no dejó de formar parte de la cultura, la sociedad y la vida francesa. Su pluma era bastante fructífera, desde los veinte años no paró de escribir hasta que, bordeando los cuarenta, su hija mayor murió ahogada al día siguiente de su boda. Luego de este devastador suceso se refugió en la política. Padeció un evidente estado de infertilidad productiva por más de dos lustros. Su intensidad creativa se detuvo por un tiempo, antes de dedicarse a la política.
En política sus ideas, republicanas, dieron a conocer un personaje liberal y humanitario, con progresivas actitudes a favor de los más necesitados, frente a los humildes. No por ello redactó un salmo de dolor y sufrimiento, de considerable envergadura, enalteciendo a todos aquellos que la vida castiga: Los Miserables.
Su rechazo a las medidas que tomaba Napoleón III le confinaron al destierro. Gracias a este problema (abandonar su patria e irse a Bélgica) afloraría en toda magnitud su genio. Con el espacio adecuado para la concentración escribió sus más grandes obras, gozaba de la inspiración más imaginativa. Su convencimiento sobre las empresas que realizaba, siempre en contra del golpe de Estado que diera Napoleón III, llegaba al punto de sostener: «Compartiré hasta el fin el exilio de la libertad. Cuando la libertad vuelva, volveré yo». Rasgo de grandes hombres: estar en concierto con sus actitudes.
Al abandonar su brillante desempeño como hombre público, gran orador y hombre de sociedad, se dedicó únicamente a escribir. Sus obras en política, que evidentemente hoy se han perdido, aunque estuvieron dirigidas a mejorar la vida de los pobres, con su labor de literato dio más a la humanidad de lo que se podría esperar con su labor social, pues el poeta: «debe marchar ante el pueblo como una luz y mostrarle el camino».
Por la ruta paralela de su vida (en sociedad), vio la dictadura como la más elaborada trinchera de opresión contra el pueblo, por eso nunca estuvo a favor de ésta. Se adelantó a su tiempo, como es evidente, y dentro el romanticismo planteó la subjetividad de sus versos por encima de la realidad. Hoy por hoy, su doctrina literaria es un remanso para momentos de miseria espiritual, de imágenes oscuras y desgarradas. El romanticismo: baluarte de la irrealidad, tan necesaria hoy, en tiempos de carencia espiritual.
Víctor Hugo era un poeta antes que todo. Por estos lares se le conoce sólo como novelista de obras extensas, llenas de digresiones, descripciones minuciosas, a veces aburridas si no se sabe «ver con los propios ojos» sus imágenes. De imaginación ferviente, sus escritos permitían entrever la predilección que poseía por el arte pictórico, puesto que a él mismo le encantaba dibujar, no sólo con palabras, sino con gráficos los resultados de sus cavilaciones.
De expresión a través de cantos y salmos a Dios y a sus creencias, Víctor Hugo es un gran poeta lírico, y supo definirla abiertamente a ella. «Vasto jardín donde no existen frutos vedados.» Fue el poeta que representó a su siglo. Dentro de su poesía, de la mano de un mismo pensamiento —orden de ideas—, enfrentó todos los argumentos posibles para el hombre —objetos, apariciones, imágenes—. Así como Balzac, que pretendía engarzar todas las situaciones posibles de la vida en su obra, Hugo hizo lo propio con las sensaciones permitidas al hombre. Los temas eran del mismo lugar común, el estilo más bien, insuperable. Su sensibilidad, no muy desarrollada para muchos, por ser un hombre de lucha, de enfrentamientos acérrimos contra sus detractores, podía «ver» como nadie.
Sus escritos están segmentados entre la repetición y confrontación entre el Bien y el Mal. Ve la injusticia social como un agrio problema contra el que hay que luchar. Por eso, mientras desempeñaba diversos cargos públicos, la pasión por sus ideas humanitarias fortalecieron todavía más su obra y fama.
Su teatro no es otra cosa que una excusa para los versos, el drama es pobre, pero las declamaciones superan cualquier poesía contemporánea. Se sustenta, muy bien dicho, que su obra dramática es para leerla, antes que representarla. Que así sea.
Los Miserables, que muchos consideran su gran obra, en comparación con su poesía sólo sería grande por el número de páginas. En las editoriales principales latinoamericanas han pasado por alto obras imprescindibles suyas, incluidas por méritos propios en la gran biblioteca universal de la humanidad.
Interesado en los humildes, sí fue un buen político. Comprendió los conceptos de Democracia, de República y los puso en ejercicio. Su fama fue apoteósica debido, en gran parte, a su labor política. Reconocido como ningún otro escritor de su tiempo su fama rebasó fronteras. Fue el personaje que significó para Francia, lo que Goethe fue para Alemania, Shakespeare para Inglaterra, o Cervantes para España; a Hugo se le considera desde el mismo ángulo.
Al final de sus días llegó a coquetear un poco con el espiritismo, un hecho sin precedentes, pero esperado porque en la vida de los hombres auténticos, la variedad forma parte de todos los días. Las semblanzas no crean contradicciones, únicamente son producidas por el reflejo de la abundancia de ideas.
Víctor Hugo ofreció su existencia para rescatar los valores humanitarios y darle la cabida perdida al pueblo, el que luego de su muerte supo honrar y reconocer como un hombre que en la medida de todos los acontecimientos reflejó el ímpetu de todo un siglo.
Murió entre pomposas honras fúnebres, el gobierno de su país lo despidió con devoción, rindiéndose ante sus restos. Su cuerpo descansó en el Arco del Triunfo como galardón a su vida dedicada a la gente y a las letras del polifónico pueblo galo.
Añeja vigencia la del romanticismo, añeja vigencia la de Víctor Hugo, que luego de 200 años continúa considerándosele como un magno benefactor que luchó contra la devastadora realidad (dureza, miseria, calamidad). Víctor Hugo, hombre de cultura, de portentosa imaginación. Verdadera pasión por la humanidad sobrellevada en un solo hombre. Un gran hombre.


Noviembre, 2002.

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