Añeja
vigencia de Víctor Hugo
Poeta
romántico por antonomasia. Hombre público admirado desde joven. Incursionó en
política no atentando contra el arte de la escritura. Víctor Hugo representa
una vida dedicada a la humanidad con pasión, absoluta entrega. 200 años hace de
su nacimiento, y en esta oportunidad le dedicamos palabras de reconocimiento a
su genio.
Dijo Gauthier: «El Prólogo de Cromwell resplandece como las tablas de
la ley en el Sinaí», refiriéndose al escrito donde Víctor Hugo estableció, sin
las pretensiones del caso, las bases del movimiento romántico francés. Influido
por sus contemporáneos de aquélla misma escuela, Hugo recogió y ordenó la
totalidad de ideas que defendían los primeros románticos y las plasmó en el
prólogo de uno de sus primeros dramas. Desde ahí fue considerado el mentor del
Romanticismo.
Víctor Hugo fue un poeta escritor, que
desempeñó actividades varias. Todas sobrellevadas con el ardor magnífico del
genio. Fue escritor famoso desde muy joven; político acérrimo, de ideas claras
y concisas llevadas a la misma altura de la pasión; orador ágil y a la vez
profundo; poeta, eterno poeta, que reflejó hondamente los sentimientos de todo
un siglo. Víctor Hugo ilustró con maestría todas las pasiones humanas posibles,
en poesía, drama, novela e inclusive en escritos sociales y políticos.
Desde muy joven llamó la atención del
pueblo galo por sus obras, ganó concursos de escritura, y de ahí para adelante
no dejó de formar parte de la cultura, la sociedad y la vida francesa. Su pluma
era bastante fructífera, desde los veinte años no paró de escribir hasta que,
bordeando los cuarenta, su hija mayor murió ahogada al día siguiente de su
boda. Luego de este devastador suceso se refugió en la política. Padeció un
evidente estado de infertilidad productiva por más de dos lustros. Su
intensidad creativa se detuvo por un tiempo, antes de dedicarse a la política.
En política sus ideas, republicanas,
dieron a conocer un personaje liberal y humanitario, con progresivas actitudes
a favor de los más necesitados, frente a los humildes. No por ello redactó un
salmo de dolor y sufrimiento, de considerable envergadura, enalteciendo a todos
aquellos que la vida castiga: Los Miserables.
Su rechazo a las medidas que tomaba
Napoleón III le confinaron al destierro. Gracias a este problema (abandonar su
patria e irse a Bélgica) afloraría en toda magnitud su genio. Con el espacio
adecuado para la concentración escribió sus más grandes obras, gozaba de la
inspiración más imaginativa. Su convencimiento sobre las empresas que
realizaba, siempre en contra del golpe de Estado que diera Napoleón III,
llegaba al punto de sostener: «Compartiré
hasta el fin el exilio de la libertad. Cuando la libertad vuelva, volveré yo».
Rasgo de grandes hombres: estar en concierto con sus actitudes.
Al abandonar su brillante desempeño como
hombre público, gran orador y hombre de sociedad, se dedicó únicamente a
escribir. Sus obras en política, que evidentemente hoy se han perdido, aunque
estuvieron dirigidas a mejorar la vida de los pobres, con su labor de literato
dio más a la humanidad de lo que se podría esperar con su labor social, pues el
poeta: «debe marchar ante el pueblo como
una luz y mostrarle el camino».
Por la ruta paralela de su vida (en
sociedad), vio la dictadura como la más elaborada trinchera de opresión contra
el pueblo, por eso nunca estuvo a favor de ésta. Se adelantó a su tiempo, como
es evidente, y dentro el romanticismo planteó la subjetividad de sus versos por
encima de la realidad. Hoy por hoy, su doctrina literaria es un remanso para
momentos de miseria espiritual, de imágenes oscuras y desgarradas. El
romanticismo: baluarte de la irrealidad, tan necesaria hoy, en tiempos de
carencia espiritual.
Víctor Hugo era un poeta antes que todo.
Por estos lares se le conoce sólo como novelista de obras extensas, llenas de
digresiones, descripciones minuciosas, a veces aburridas si no se sabe «ver con
los propios ojos» sus imágenes. De imaginación ferviente, sus escritos
permitían entrever la predilección que poseía por el arte pictórico, puesto que
a él mismo le encantaba dibujar, no sólo con palabras, sino con gráficos los
resultados de sus cavilaciones.
De expresión a través de cantos y salmos
a Dios y a sus creencias, Víctor Hugo es un gran poeta lírico, y supo definirla
abiertamente a ella. «Vasto jardín donde
no existen frutos vedados.» Fue el poeta que representó a su siglo. Dentro
de su poesía, de la mano de un mismo pensamiento —orden de ideas—, enfrentó
todos los argumentos posibles para el hombre —objetos, apariciones, imágenes—.
Así como Balzac, que pretendía engarzar todas las situaciones posibles de la
vida en su obra, Hugo hizo lo propio con las sensaciones permitidas al hombre.
Los temas eran del mismo lugar común, el estilo más bien, insuperable. Su
sensibilidad, no muy desarrollada para muchos, por ser un hombre de lucha, de
enfrentamientos acérrimos contra sus detractores, podía «ver» como nadie.
Sus escritos están segmentados entre la
repetición y confrontación entre el Bien y el Mal. Ve la injusticia social como
un agrio problema contra el que hay que luchar. Por eso, mientras desempeñaba
diversos cargos públicos, la pasión por sus ideas humanitarias fortalecieron
todavía más su obra y fama.
Su teatro no es otra cosa que una excusa
para los versos, el drama es pobre, pero las declamaciones superan cualquier
poesía contemporánea. Se sustenta, muy bien dicho, que su obra dramática es
para leerla, antes que representarla. Que así sea.
Los Miserables, que muchos consideran su
gran obra, en comparación con su poesía sólo sería grande por el número de
páginas. En las editoriales principales latinoamericanas han pasado por alto
obras imprescindibles suyas, incluidas por méritos propios en la gran
biblioteca universal de la humanidad.
Interesado en los humildes, sí fue un
buen político. Comprendió los conceptos de Democracia, de República y los puso
en ejercicio. Su fama fue apoteósica debido, en gran parte, a su labor
política. Reconocido como ningún otro escritor de su tiempo su fama rebasó
fronteras. Fue el personaje que significó para Francia, lo que Goethe fue para
Alemania, Shakespeare para Inglaterra, o Cervantes para España; a Hugo se le
considera desde el mismo ángulo.
Al final de sus días llegó a coquetear un
poco con el espiritismo, un hecho sin precedentes, pero esperado porque en la
vida de los hombres auténticos, la variedad forma parte de todos los días. Las
semblanzas no crean contradicciones, únicamente son producidas por el reflejo
de la abundancia de ideas.
Víctor Hugo ofreció su existencia para
rescatar los valores humanitarios y darle la cabida perdida al pueblo, el que
luego de su muerte supo honrar y reconocer como un hombre que en la medida de
todos los acontecimientos reflejó el ímpetu de todo un siglo.
Murió entre pomposas honras fúnebres, el
gobierno de su país lo despidió con devoción, rindiéndose ante sus restos. Su
cuerpo descansó en el Arco del Triunfo como galardón a su vida dedicada a la
gente y a las letras del polifónico pueblo galo.
Añeja vigencia la del romanticismo, añeja
vigencia la de Víctor Hugo, que luego de 200 años continúa considerándosele
como un magno benefactor que luchó contra la devastadora realidad (dureza,
miseria, calamidad). Víctor Hugo, hombre de cultura, de portentosa imaginación.
Verdadera pasión por la humanidad sobrellevada en un solo hombre. Un gran
hombre.
Noviembre,
2002.
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