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martes, 20 de mayo de 2014

Pináculo de manuales, planicie de ejemplares


Arequipa decide morir

Los libros más leídos son los que propugnan acuciosamente la salvación de los hombres y el mejoramiento del alicaído modelo de vida en que la gente se halla sumergida. Estos pretenden una lectura destinada, simplemente, a rescatar del naufragio existencial a aquellas extraviadas mentes de una población que, al parecer, perdió la costumbre de deleitarse con la buena escritura.


La literatura parece haber agotado los recursos seductores que los grandes escritores se esforzaron en otorgarle; ha secado las fuentes que ofrendaban a la humanidad esa necesidad filantrópica por mejorar y por luchar contra la desaprensión y la inseguridad. Fue vencida por el simplismo (lo que no incluye a la sencillez) de manuscritos livianos, vaporosos, que sólo buscan, antes que nada, vender instantes de irreal sosiego al mejor postor, con el fin de apaciguar inactuales demonios internos.
Problema grave que reduce el aire a la abstracción de la lectura, y la emponzoña: que los mismos lectores busquen una férrea razón para leer, y exijan un beneficio. Si no, se podría decir que —en momentos de utilidades absolutas, donde todo está sujeto a una ganancia— la original función de la lectura falleció, o en el mejor de los casos, resultó disminuida, solamente.
Pues el carácter de inutilidad de la lectura ennoblece hondamente al que lee por placer, y en su mismo placer encuentra resultados, profundos e indiscutibles. No como el vulgar, que persigue fines, pretende posiciones, simula atenciones y nada más. Estos meritoriamente merecen el olvido y abandono de cualquier idea. Merecen sólo un débil acercamiento al mundo de los pensamientos, quizá un poco de conocimiento, pero la facultad de pensar por sí mismos, tan descuidada, les será siempre vedada. Que la paz los acompañe, que en paz descansen...
Por otra vía camina la inautenticidad: creerse los lectores empedernidos e impenitentes, que comúnmente persiguen el Nobel y quién sabe qué otros infortunios. Cuando sólo se demuestra pronunciados visos de esnobismo, de máscaras y ocultismo... «que en el umbral del aquelarre, se sienten y lloren», por favor.
Mas no disgreguemos. La falta de autoestima, el pilar de todo acontecimiento colindante con el filo del vacío. Entonces, ¿qué mejor que ojear unos cuantos textos sencillos y amenos? Si nos facilitarán ego, nos harán sentir mejor, creernos que poseemos lo que en sustancia no tenemos. Aquí la formula que podría reducir la ecuación entre estas variables sumamente constantes:

Ego - autoestima = libro autoayuda - S/.

Sin embargo, en un intercambio de factores —la más sencilla operación algebraica—, la ecuación resultaría:

Ego + S/. = libro autoayuda + autoestima

Pero, sin pecar de decadentismo ni pesimismo, la exagerada compra de libros de autoayuda revela los reducidos niveles de aprecio que la población reconoce en sí misma, un factor más por donde se puede comprobar los problemas educacionales del Perú y en este caso, como simple ejemplo, Arequipa.
Todos quieren verse otros, cambiar lo que les tocó vivir. Estos libros además, de por sí, crean insatisfacción. Que la relación cuerpo / alma se unifique hasta alcanzar Uno; que aprenda cómo luchar contra la vejez, y ser joven todo el tiempo (cuando en realidad alguien mientras más viejo, superior); cómo alimentar su alma, para que no muera de hambre (pues seguramente hasta el alma se extravió); o sepa cómo seguir sus sueños y escuchar su yo interior mientras duerme (ya ni dormir dejan).
E inclusive las grandes editoriales que publican libros decentes se aprestan a dar cabida a esta clase de manuales. Con tal de vender se pierden cosas más importantes que los valores, ya no hay en quién confiar.
«No publicar libros superfluos», dijo el filósofo. Al parecer da placer no atender las sentencias máximas de los que supieron caminar con la razón. El comercio por encima de todo, la demanda, la gran culpable. ¿Cuándo los comerciantes tomaron por asalto las editoriales y se apoderaron de lo más valioso? Los libros establecen el palpitar cultural de toda una localidad, y si son los que se leen aquellos que subestiman el intelecto, la resignación será el único aliciente para el que aún futuro tiene.
Ejemplares meritorios poco se adquieren. A no ser por los que gozaron del abaratamiento de sus respectivas editoriales, la catástrofe intelectual de inicio de milenio hubiera sido insalvable.
Mientras tanto la gente continúa exigiendo lo más llano. Lo reclama a improperios, y denigra al que complica las cosas o intenta hacerlas por otra senda que no sea la de la ofuscación del facilismo... Los libros más leídos no siempre son los más comprados. Esperemos que este sea el caso.


Enero, 2003.

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