Inspiración
de músicos complejos, quizá descarriados; escritor de tratados que apuntaban a
crear una nueva religión, con su imagen como tótem; personaje público, que no
hizo más que forjar a su disposición, la impronta del infernal, presunto
corruptor de generaciones; Aleister Crowley no fue sino un intelectual
iconoclasta de un mundo amodorrado y latentemente impostor.
No existe actividad extrínseca al ser
humano, todo sentimiento o acción forma un testimonio de la inmanencia cuando
de seres humanos se trata. Así por ello, haga lo que se haga con el control de
la constancia a través del tiempo, inevitablemente surgirán seguidores, unos
acérrimos, otros detractores, pero igual seguidores de cualquier medida optada.
Incluso si se pretende repeler a todos y ser único, siempre habrá partidarios,
al final de los casos, póstumos.
La educación más severa, conservadora y
seca hizo de Aleister Crowley un niño diferente. La sociedad británica de su
época por demás inflexible dispuso sin querer el nacimiento de un hombre que
daría que hablar. Sin el amor expresado con naturalidad de sus padres el niño
se desbocó en rechazo, reclamo y afrenta. Iniciaría entonces la empresa mejor
llevada de publicidad y desenfreno, sustentada con un inconmensurable talento
para llamar la atención de mil y una maneras.
Con el correr de los años las acciones
que construirían la leyenda del mago más perverso del mundo, la Bestia abominable, 666 y
demás, se dirigirían únicamente a fortalecer tal imagen. Pero para construir
una fortaleza sólida los cimientos no deben ser deleznables. Aleister Crowley
estudió incorregiblemente día y noche, por una disposición natural, para
fraguar su conocimiento, que lo llevaría años más tarde a una cima dentro de la
fama mundial y al reconocimiento o rechazo de nutridas cantidades de gente.
¿Y cuáles eran esas acciones? Cuando la
decisión está tomada el rumor y las habladurías de la sociedad pueden
centuplicar pequeños chispazos: fuegos artificiales parecerán para terceros.
Toda la «Bestialidad» de Crowley se esparció nada más que por sus labios. Fue
lenguaje y volátil sonido gangoso, en apariencia. Actividades materiales,
ritos, orgías, torturas, fueron contadas —virtualmente llevadas a cabo (poco
probable) — por un fino artista del escándalo.
Que se haya afilado los dientes para
provocar exacerbada lujuria a sus ocasionales amantes; que no distinguiera
entre los sexos y en ambos halle la herramienta de placer necesaria para
satisfacer sus (para muchos) aberrantes inclinaciones; que adolescente haya
matado un gato para comprobar in situ la cantidad de vidas que popularmente se
le atribuían; que sea el director de orquesta de numerosos vicios (que nunca se
le pudieron comprobar) como drogas o sexo; que partiera a través del mundo
aterrando a la gente conservadora; en fin, todas estas no son más que pequeñas
láminas insignificantes y alternas de un Aleister Crowley especulativo y
cerebral. Sólo el ambiente de una trayectoria hostil contra la humanidad, no su
artesanía de vidente y escritor.
Desperdigando su afianzada cultura y su
doctrina del individualismo más remarcado enfrentó a la humanidad, pareciendo
más de lo que no era —cosa que le complacía. Su talento fluyó en mayor caudal a
través de la magia, y más que esta, por el esoterismo. Aportó a la magia negra,
incalificable y tan censurable, estudios de valor lúcidos y aceptados por sus
fúnebres correligionarios. La base de su personalidad era alimentada por su
profunda cultura de las religiones. Siempre hay algo que sustenta a los
evadidos, detrás de todo semblante especial una existencia especial.
Sus intereses sin embargo no fueron
cumplidos en acertada proporción. Fue una curiosidad para gente de cultura, que
no se soliviantaba fácilmente con sus artilugios y malabarismos verbales. Ser
parte de la feria, cuando no se planifica ninguna función selecta en la arena
de la vida, es el ardid que en uno mismo repercute con más ruindad.
La humanidad no está tan desquiciada para
que muchos intelectuales lo tomaran en cuenta a la hora de sus peregrinaciones.
En los dos tipos de personajes, él era de los que callan y con mirada sibilina
hacían las cosas, a despecho de los fanfarrones. Por eso tuvo un valor
innegable al continuar con su estrella opaca hasta el fondo, no obrando como
los sensacionalistas creen.
Abril,
2003.