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lunes, 27 de octubre de 2014

Retrato del poeta

Una enfática oración al perfil del poeta, ese extraño ser de insólito ánimo que no se doblega ante su propia desgracia, que rinde su vida para que sus penas sean alegría de generaciones. Aquel ser informe capaz de mutar en cualquier postura, para extraer todo el provecho de los embates y continuar haciendo lo que sabe hacer, poesía.

 © Salvador Dalí, Fundació Gala-Salvador Dalí, Figueres, 2011
Día del poeta, el profesional del arte. Ceremonia de la belleza, la perfección de la gramática; efervescencia de las imágenes, intercaladas en la palabra, junto a gruesos ramos de aflicción y melancolía —todos los tonos le encajan al poeta. Retorno de la poesía en indefinidas modalidades, de la pasión, la acidez o la indiferencia. Los extremos más fuertes que todo poeta siempre ensaya. Poesía de lo que cuenta, encanta y auxilia para subsistir, su artesanía: eleva. Lo que sea da lo mismo, sólo cuenta el verso.
La poesía, lo más alto de la literatura, de todo lo escrito; la primera forma de la creación artística. La única, además, con la capacidad de visitar las simas de los abismos que encierra la raza humana tanto como las culminaciones etéreas de todo lo divino. Por ser exquisita, a unos pocos lastimosamente va dirigida. ¿Por qué habrá gente que se instruye o goza con los libros y rechaza de cuajo los colmados de poemas? La preparación que exhorta ésta, de antemano excluye lectores esponjosos, con aquella firme apatía para degustar la perfección... la poesía los pondría en línea, pues a los que tienen alas dormidas los ennoblece, sólo es cuestión de ánimo.
El poeta es a la vez poesía, y la poesía, poeta; no hay divorcio, innecesario distinguirlos. La divergencia, en las circunstancias que engloban sus condiciones, el fuego, la sombra o la luz, sólo son móviles de una expresión impostergable. El desahogo se torna en estilo, métrica o verso libre; se deja permanecer. El codiciado ritmo, para que tiemblen las imágenes y sacudan las mentes, adentro y afuera, de arriba abajo... A él no se le distingue en la temática, que es la misma, estética. En el trato de abordar los temas, se inspira en lo mismo, no necesita efectismos, es espontáneo.
Y recordemos que la poesía no está en el canto. Más bien, en el centro, se nutre de salmos y expresa el retrato de un corazón formidable. El poeta, construido de diseminados retazos —extensiones de un sueño— aprueba la intromisión de los rayos solares. No está cerrado a las experiencias, nace cada día y adopta una serenidad de espíritu que muchas veces discrepa con su conducta. Pero sigue siendo el mismo, nada cambia con tal de seguir minando copos de belleza en la tierra.
El poeta sabe buscar los adjetivos adecuados, milimétricamente, para reflejar su escultura, la estampa en el orbe para todos los tiempos. Nunca debe multiplicar una oda más de lo que vale. Por eso mira pausado hacia abajo; su posición, reflexiva, acepta la imaginación en su cerebro con sosiego. Así se hace recatado, honrado, ya es presentable para que la posteridad no mancille su honor. Pero cuando todo aparente cristalino, el poeta será por excelencia indecente —el único que maneje la autenticidad y desbarate forzados pudores.
Entonces siempre estará en oposición a la onerosa función de los académicos. Los estudiosos son otros, maquinarias de una sociedad oronda, piezas. A un lado muy alejado, ahí descansa su antónimo: el inconforme, el desterrado de la falsedad. No es necesario que los poetas lidien por la concepción de la belleza, nada más que poetizar el mundo, componer el caos y desordenar la razón, suficiente.
Por tanto no ahondará en sus lemas; la música y las imágenes ofrecen libertad de olvido. Los argumentos son problema de los científicos, no de él. No fraguará recetas ni recomendará vías, admitirá la totalidad de sentidos, trastocados o informes. La poesía no se estará callada, y el poeta una vez más será barro combativo. ¿No ven que hasta empina el brazo? Con su salvaje pluma arremete en lo no dicho. Su arma: la palabra. Su munición: el lenguaje. Su cometido: la verdadera libertad intelectual. De ahí que los que manipulan la belleza, adquieran un leve halo maligno. Pariente de ángeles o demonios, algo sobrenatural los abraza, hasta el fin.
Y los intrascendentes dicen: «¿Acaso son ellos los que no se dan cuenta, los inconscientes?». No. Desubicados no, ni impasibles, pues la realidad fácil es de anteceder, puesto que es descifrable al fin de cuentas. La imaginación que crea mundos con naturalidad se adelanta a los acontecimientos: se llama visión, intuición o ingenio constructivo. Aunque haya numerosos poetas sin versos que no ejercen su talento en las letras, la completa suma de su arte lo abocan a su vida, el mejor poema realizable, así construyen lo que pocos consiguen: una biografía.
¿Y el amor? Adentro, por encima de todas las cosas. Luego se esparce gentilmente por sobre las rocas, el jardín y los corazones desconsolados. El mejor conejillo de indias es uno mismo, sostiene no sin estar en lo cierto. Y no se equivoca, este conocedor de la sabiduría de las plantas, propenso hacia la tentación de la belleza, sin color definido, ni forma ni olor, él mira hacia fuera, no se ubica como los demás, tiene su propio orden de las cosas, invariablemente al final de la página...
Poeta con poesía, de rima y alegría, al borde de la amargura; cada vez hay menos de tu especie: estás en peligro de extinción. Las condiciones no se dan para que germines en este terruño. Pero al final se anotará que hubo un día del poeta —restauración de la nostalgia—, que fue, y que esperamos, seguirá siendo.


Abril, 2003.

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