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sábado, 27 de septiembre de 2014

Crowley, la recreación de la Bestia

Inspiración de músicos complejos, quizá descarriados; escritor de tratados que apuntaban a crear una nueva religión, con su imagen como tótem; personaje público, que no hizo más que forjar a su disposición, la impronta del infernal, presunto corruptor de generaciones; Aleister Crowley no fue sino un intelectual iconoclasta de un mundo amodorrado y latentemente impostor.


No existe actividad extrínseca al ser humano, todo sentimiento o acción forma un testimonio de la inmanencia cuando de seres humanos se trata. Así por ello, haga lo que se haga con el control de la constancia a través del tiempo, inevitablemente surgirán seguidores, unos acérrimos, otros detractores, pero igual seguidores de cualquier medida optada. Incluso si se pretende repeler a todos y ser único, siempre habrá partidarios, al final de los casos, póstumos.
La educación más severa, conservadora y seca hizo de Aleister Crowley un niño diferente. La sociedad británica de su época por demás inflexible dispuso sin querer el nacimiento de un hombre que daría que hablar. Sin el amor expresado con naturalidad de sus padres el niño se desbocó en rechazo, reclamo y afrenta. Iniciaría entonces la empresa mejor llevada de publicidad y desenfreno, sustentada con un inconmensurable talento para llamar la atención de mil y una maneras.
Con el correr de los años las acciones que construirían la leyenda del mago más perverso del mundo, la Bestia abominable, 666 y demás, se dirigirían únicamente a fortalecer tal imagen. Pero para construir una fortaleza sólida los cimientos no deben ser deleznables. Aleister Crowley estudió incorregiblemente día y noche, por una disposición natural, para fraguar su conocimiento, que lo llevaría años más tarde a una cima dentro de la fama mundial y al reconocimiento o rechazo de nutridas cantidades de gente.
¿Y cuáles eran esas acciones? Cuando la decisión está tomada el rumor y las habladurías de la sociedad pueden centuplicar pequeños chispazos: fuegos artificiales parecerán para terceros. Toda la «Bestialidad» de Crowley se esparció nada más que por sus labios. Fue lenguaje y volátil sonido gangoso, en apariencia. Actividades materiales, ritos, orgías, torturas, fueron contadas —virtualmente llevadas a cabo (poco probable) — por un fino artista del escándalo.
Que se haya afilado los dientes para provocar exacerbada lujuria a sus ocasionales amantes; que no distinguiera entre los sexos y en ambos halle la herramienta de placer necesaria para satisfacer sus (para muchos) aberrantes inclinaciones; que adolescente haya matado un gato para comprobar in situ la cantidad de vidas que popularmente se le atribuían; que sea el director de orquesta de numerosos vicios (que nunca se le pudieron comprobar) como drogas o sexo; que partiera a través del mundo aterrando a la gente conservadora; en fin, todas estas no son más que pequeñas láminas insignificantes y alternas de un Aleister Crowley especulativo y cerebral. Sólo el ambiente de una trayectoria hostil contra la humanidad, no su artesanía de vidente y escritor.
Desperdigando su afianzada cultura y su doctrina del individualismo más remarcado enfrentó a la humanidad, pareciendo más de lo que no era —cosa que le complacía. Su talento fluyó en mayor caudal a través de la magia, y más que esta, por el esoterismo. Aportó a la magia negra, incalificable y tan censurable, estudios de valor lúcidos y aceptados por sus fúnebres correligionarios. La base de su personalidad era alimentada por su profunda cultura de las religiones. Siempre hay algo que sustenta a los evadidos, detrás de todo semblante especial una existencia especial.
Sus intereses sin embargo no fueron cumplidos en acertada proporción. Fue una curiosidad para gente de cultura, que no se soliviantaba fácilmente con sus artilugios y malabarismos verbales. Ser parte de la feria, cuando no se planifica ninguna función selecta en la arena de la vida, es el ardid que en uno mismo repercute con más ruindad.
La humanidad no está tan desquiciada para que muchos intelectuales lo tomaran en cuenta a la hora de sus peregrinaciones. En los dos tipos de personajes, él era de los que callan y con mirada sibilina hacían las cosas, a despecho de los fanfarrones. Por eso tuvo un valor innegable al continuar con su estrella opaca hasta el fondo, no obrando como los sensacionalistas creen.

Abril, 2003.


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