Arma
inquebrantable para albergar el espíritu y combatir la desaprensión que el
devenir social conlleva: el piano. En tiempos que obligan a la reflexión y al
cultivo del mundo interior, la música es un bálsamo refrescante, necesario e
imprescindible para fortalecer el alma y despertar la sabiduría que todos
llevamos dentro.
Es el instrumento más cromático, el más
completo, el que ningún compositor felizmente puede evitar. Por la cantidad de
sonidos —el más completo— se pueden reproducir casi todas las tonalidades que
engloba el pentagrama (a excepción de los medios tonos y las degradaciones que
alcanzan los instrumentos de cuerda frotada) para al momento de componer,
contar con la ventaja adecuada para aprovechar el sonido más rico de cada
instrumento. El pianoforte, combinación de suave y fuerte, llamado piano hace
ya mucho tiempo, sólo es comparable con el órgano, mas goza de la dilección
eterna de todos los músicos.
Los más grandes genios musicales
aprendieron con suma facilidad a sumergirse en este mar de teclas, calmas y
bravías, que es el piano. Creado a partir de la evolución del clave, el
clavecín y el clavicordio, el piano revolucionó el color en los sonidos,
explotando la modulación jamás alcanzada en los instrumentos compuestos de
percusión y cuerda.
Los románticos fueron los primeros que se
dedicaron con fuego y pasión a descubrir y extraer melodías de su interior.
Entre ellos se encuentran los primeros virtuosos, Mozart, Beethoven.
Conocedores privilegiados del instrumento, cuando éste antiguamente presentaba
un tamaño inferior al que se le conoce ahora. Los anteriores compositores, del
periodo barroco, si bien eran unos magníficos ejecutantes del violín, el clave,
y el órgano, no llegaron a conocer la técnica del piano. Ellos atacaban el
teclado con una cortesía y mesura delicadísima, donde no estaba permitido mover
los brazos, y sólo se exigía una digitación ágil y obediente. Más adelante
llegaría el vigor y la violencia de los ataques con todo el brazo, incluidos
los pectorales, como enseñara Liszt.
Hasta que se encuentra al símbolo
predilecto de los pianistas: Fryderic Chopin. Él y Rachmaninov, profundos
conocedores del piano, son, sencillamente, maestros. A despecho de otros
compositores (sin desmerecerlos) que legaron piezas incomparables para el
teclado, este dúo del parnaso musical entregó laureles inmaculados de
perfección y limpieza; donde siempre innovaron inéditas artes debido a sus
consolidadas destrezas y evidentes aptitudes innatas.
El gran Beethoven muestra en muchas
partituras falencias veniales, una falta de rigurosidad con el metrónomo, que
recién se utilizaba en aquellos tiempos. Confirman sus errores matemáticos la
dificultad para multiplicar, que lo persiguió toda su vida. El gran Mozart
profusamente componía melodías cuadradas sin octavas, las que sólo utilizaba
como variación del tema principal, y nada más. Pero Chopin y Rachmaninov con su
profunda comprensión del teclado aportaron nuevas técnicas al lenguaje
pianístico en sus respectivos siglos, el XIX y el XX.
Otro episodio aparte merece Liszt.
Actualmente en Viena, la capital de la música, a Liszt no se le tiene mucha
estima como compositor. Se trata de escoger, y un pianista debe escoger.
Ejecutar una pieza suya, para un músico profesional, le lleva mínimo un par de
años, nada más que para aumentar a su repertorio tres exiguos minutos; pues sus
obras disponen una complejidad tal, que sólo su autor podía desarrollarlas. De
todos modos Liszt fue un majestuoso pianista, un espectáculo apremiante.
Así avanza el siglo XIX, con compositores
de mención obligatoria que gran parte de su obra la dedicaron el piano, como el
post clásico Schubert, que alcanzó al umbral del romanticismo, y los románticos
Schumann, Mendelssohn, además de los tardíos Brahms, Tchaikovski, Dvôrák,
Grieg, infinidad de grandes músicos, compositores y pianistas, que con refinado
gusto aportaron lienzos inesperados a la literatura del piano.
Entrando al siglo pasado, además del
mencionado Rachmaninov, destaca por su aporte pianístico, a parte de ser un
músico autodidacto, Schönberg, que con maestría demostró la precariedad de lo
tan venerado, como es la preparación académica, cuando él por sí solo pudo
alcanzar lo que muchos otros no, con todas las comodidades del caso. Se trata
de trabajo arduo, y verdadera pasión.
En esta época, rebosante de pianistas
profesionales, es muy difícil adelantar nombres de grandes compositores. Los
pianistas disfrutan fama y dinero antes que los compositores, que están
dictaminados a ser segmento del futuro, pues todos siempre son personajes
póstumos. Los genios se adelantan a su época, e irremisiblemente no son
comprendidos por sus contemporáneos. Así pasa con los compositores, en vida deben
solicitar cualquier oportunidad que se presente para alcanzar una merecida
posición.
Los que crean, componen, no se les asume
al mismo nivel que a los que ejecutan. Para dedicarse a compositor hay que
afrontar muchas vallas y pugnar por el resbaladizo reconocimiento en pleno
centro de Europa. Pero eso no es un asunto que le competa al piano, él no debe
rendir cuentas por lo que padecen sus más ilustres tripulantes por culpa de
sociedades demasiado asentadas.
En los últimos años en Viena, la capital
mundial de la música, se ha empezado a fabricar pianos que incluyen hasta el Fa
agudo, dejando atrás al Do, y en las notas graves ya se aumentó una octava más,
cuyas cuerdas fácilmente asemejan sogas. Los pianos varían en flexibilidad,
siendo los de cola los más recios, peor cuando están nuevos. En el Perú existen
nada más que dos pianos dignos de mención, que se encuentran en Lima.
Pocos son los pianistas que tocan los
modernos teclados electrónicos. Ninguna invención tecnológica podrá emular la
sensación natural que el piano ofrenda. El pedal, el marfil y la madera de las
teclas, la presión y el peso, el retorno, además de la modulación, son
irremplazables características que ningún avance logrará nivelar. El piano,
pequeña gran caja, joyero de la enseñanza para aprender a vivir. ®
Marzo,
2003.
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