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lunes, 16 de junio de 2014

Piano: virtud, energía y sosiego

Arma inquebrantable para albergar el espíritu y combatir la desaprensión que el devenir social conlleva: el piano. En tiempos que obligan a la reflexión y al cultivo del mundo interior, la música es un bálsamo refrescante, necesario e imprescindible para fortalecer el alma y despertar la sabiduría que todos llevamos dentro.


Es el instrumento más cromático, el más completo, el que ningún compositor felizmente puede evitar. Por la cantidad de sonidos —el más completo— se pueden reproducir casi todas las tonalidades que engloba el pentagrama (a excepción de los medios tonos y las degradaciones que alcanzan los instrumentos de cuerda frotada) para al momento de componer, contar con la ventaja adecuada para aprovechar el sonido más rico de cada instrumento. El pianoforte, combinación de suave y fuerte, llamado piano hace ya mucho tiempo, sólo es comparable con el órgano, mas goza de la dilección eterna de todos los músicos.
Los más grandes genios musicales aprendieron con suma facilidad a sumergirse en este mar de teclas, calmas y bravías, que es el piano. Creado a partir de la evolución del clave, el clavecín y el clavicordio, el piano revolucionó el color en los sonidos, explotando la modulación jamás alcanzada en los instrumentos compuestos de percusión y cuerda.
Los románticos fueron los primeros que se dedicaron con fuego y pasión a descubrir y extraer melodías de su interior. Entre ellos se encuentran los primeros virtuosos, Mozart, Beethoven. Conocedores privilegiados del instrumento, cuando éste antiguamente presentaba un tamaño inferior al que se le conoce ahora. Los anteriores compositores, del periodo barroco, si bien eran unos magníficos ejecutantes del violín, el clave, y el órgano, no llegaron a conocer la técnica del piano. Ellos atacaban el teclado con una cortesía y mesura delicadísima, donde no estaba permitido mover los brazos, y sólo se exigía una digitación ágil y obediente. Más adelante llegaría el vigor y la violencia de los ataques con todo el brazo, incluidos los pectorales, como enseñara Liszt.
Hasta que se encuentra al símbolo predilecto de los pianistas: Fryderic Chopin. Él y Rachmaninov, profundos conocedores del piano, son, sencillamente, maestros. A despecho de otros compositores (sin desmerecerlos) que legaron piezas incomparables para el teclado, este dúo del parnaso musical entregó laureles inmaculados de perfección y limpieza; donde siempre innovaron inéditas artes debido a sus consolidadas destrezas y evidentes aptitudes innatas.
El gran Beethoven muestra en muchas partituras falencias veniales, una falta de rigurosidad con el metrónomo, que recién se utilizaba en aquellos tiempos. Confirman sus errores matemáticos la dificultad para multiplicar, que lo persiguió toda su vida. El gran Mozart profusamente componía melodías cuadradas sin octavas, las que sólo utilizaba como variación del tema principal, y nada más. Pero Chopin y Rachmaninov con su profunda comprensión del teclado aportaron nuevas técnicas al lenguaje pianístico en sus respectivos siglos, el XIX y el XX.
Otro episodio aparte merece Liszt. Actualmente en Viena, la capital de la música, a Liszt no se le tiene mucha estima como compositor. Se trata de escoger, y un pianista debe escoger. Ejecutar una pieza suya, para un músico profesional, le lleva mínimo un par de años, nada más que para aumentar a su repertorio tres exiguos minutos; pues sus obras disponen una complejidad tal, que sólo su autor podía desarrollarlas. De todos modos Liszt fue un majestuoso pianista, un espectáculo apremiante.
Así avanza el siglo XIX, con compositores de mención obligatoria que gran parte de su obra la dedicaron el piano, como el post clásico Schubert, que alcanzó al umbral del romanticismo, y los románticos Schumann, Mendelssohn, además de los tardíos Brahms, Tchaikovski, Dvôrák, Grieg, infinidad de grandes músicos, compositores y pianistas, que con refinado gusto aportaron lienzos inesperados a la literatura del piano.
Entrando al siglo pasado, además del mencionado Rachmaninov, destaca por su aporte pianístico, a parte de ser un músico autodidacto, Schönberg, que con maestría demostró la precariedad de lo tan venerado, como es la preparación académica, cuando él por sí solo pudo alcanzar lo que muchos otros no, con todas las comodidades del caso. Se trata de trabajo arduo, y verdadera pasión.
En esta época, rebosante de pianistas profesionales, es muy difícil adelantar nombres de grandes compositores. Los pianistas disfrutan fama y dinero antes que los compositores, que están dictaminados a ser segmento del futuro, pues todos siempre son personajes póstumos. Los genios se adelantan a su época, e irremisiblemente no son comprendidos por sus contemporáneos. Así pasa con los compositores, en vida deben solicitar cualquier oportunidad que se presente para alcanzar una merecida posición.
Los que crean, componen, no se les asume al mismo nivel que a los que ejecutan. Para dedicarse a compositor hay que afrontar muchas vallas y pugnar por el resbaladizo reconocimiento en pleno centro de Europa. Pero eso no es un asunto que le competa al piano, él no debe rendir cuentas por lo que padecen sus más ilustres tripulantes por culpa de sociedades demasiado asentadas.
En los últimos años en Viena, la capital mundial de la música, se ha empezado a fabricar pianos que incluyen hasta el Fa agudo, dejando atrás al Do, y en las notas graves ya se aumentó una octava más, cuyas cuerdas fácilmente asemejan sogas. Los pianos varían en flexibilidad, siendo los de cola los más recios, peor cuando están nuevos. En el Perú existen nada más que dos pianos dignos de mención, que se encuentran en Lima.
Pocos son los pianistas que tocan los modernos teclados electrónicos. Ninguna invención tecnológica podrá emular la sensación natural que el piano ofrenda. El pedal, el marfil y la madera de las teclas, la presión y el peso, el retorno, además de la modulación, son irremplazables características que ningún avance logrará nivelar. El piano, pequeña gran caja, joyero de la enseñanza para aprender a vivir. ®

Marzo, 2003.


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