El
calendario coincidió con Schopenhauer, el gran filósofo y escritor alemán,
motivando nuestro intelecto para consagrarle un escrito de retribución a todo
el esplendor de su genio y a la continuidad que de su pensamiento y estilo
discurrió, en esta fecha en la que se acumulan 215 años de su nacimiento.
Signo dominante de la modernidad:
incentivar el cambio.
La afirmación enmarca una constante en
los hombres que tienen a la lucidez como hermana. Hombres que al momento de
remarcar su destino, la decisión de separarse de sus antecesores, no significa
más que el proyecto del ego fortalecido, en pos de ensalzar sus propias ideas,
originales y todo lo que se quiera, con tal de disponer un camino propio.
Al avanzar el tiempo y cuando las
aspiraciones intrínsecas fluyen hacia el pensamiento, la alimentación
intelectual en un inicio es desordenada, apremiada y todo superficial. Mas
siempre llega un escrito, libro o escritor que hace despertar la conciencia, en
el preciso instante en que el sujeto relee lo que sin percatarse llevaba
dentro; cuando se tocan las vísceras y las cuerdas que lo conmueven y le hacen
vibrar cual instrumento bien afinado.
Así pasó con Arthur Schopenhauer por
doble vía. La primera, al momento de leer algo que lo trastornó —al dedicarse a
las letras siempre una fibra íntima se quiebra—, como sucede con las sentencias
orientales que le fueron familiares; y segundo, los que vinieron después y lo
tomaron como ejemplo y guía —cuando las ideas son anotadas y la voz interna es
solitaria y autónoma, se tiende el camino de una corriente.
De seguro, los textos que cumplen estos
no tan sencillos requisitos, con el pasar del tiempo abrazarán a incontables
lectores, y si no hay suerte, a seguidores, que crearán escuela. Como la
función del mejor maestro es formar maestros y aniquilar discípulos, servilismo
y dependencia, de la pluma de Schopenhauer se inspiraron otros grandes
pensadores (ya no filósofos) como Nietzsche, de quien a su vez partió Cioran.
Ejemplos contundentes que afligieron y reconfortaron sus respectivas y
posteriores generaciones, dependiendo de los tipos de lectores que encararon.
Ahora, uno conoce al anterior, pero jamás
lo imita adrede, en un inicio asimiló sus dictámenes, pero al querer continuar
una brecha abandonada a la peligrosa lucidez, delineó los personales bramidos
para que se encuadren en el marco de su carácter, experiencias y lecturas.
Siempre el precedente es más dócil que el siguiente.
Por el mismo lado, dentro de esta cadena
de eslabones tan disímiles, fácil es afirmar que los temas que tocan los tres
como puntos de referencia no tienen relación alguna. Pero lo que está a las
espaldas y los abraza no es simplemente un temática, sino un ritmo, un particular
estilo, diferente pero a la vez análogo.
A ellos los caracteriza la preferencia
por la estética adjunta a su respectiva estilográfica. Sus escritos, de
excepcionales temperamentos, ahondan en el pesimismo más devastador hasta por
poco dejarlos exánimes. Y Schopenhauer —para su época— estuvo terriblemente
decidido a sumirse entre las penumbras más inexpugnables del hombre.
Lo más pesimista que un filósofo puede
llegar a ser, es otorgarle tan generosamente a los hombres, la potestad para
elegir uno mismo el mundo que quiere vivir. Tremenda dadivosidad jamás pudo ser
aceptada por el entorno que le tocó sobrellevar, por tal, siempre fue señero,
retraído y alejado. Desconfió del laberinto de la realidad, resaltando la
representación que uno se hace del mundo a través de su voluntad.
De su obstinado periplo, que adoleció de
tardío reconocimiento, los que tomaron la posta, luego de ser seducidos por su
profético escribir ya asistemático, renegaron del antecesor, nada más que para
convencerse de que ellos mismos son diferentes. De eso se trata, endilgar su
propio canto, inicialmente mancillando al icono, para con la sagacidad
cristalizada y propio repertorio instituido, asumir con deferencia los
monumentos antes socavados.
De la modernidad (constante fluir hacia
una anhelada novedad) no se puede más que depositar la costumbre. Renovar y
renovar lo antiguo ofrece como resultado el cambio inevitable, por lo que pasó
de moda, a lo que todos inconscientemente presagiaban. Sí, la ruptura es cosa
de todos los días.
Marzo,
2003.
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