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jueves, 16 de junio de 2011

Prefacio



Una invitación que camina despreocupada, la advertimos incierta, aún así, la tomamos con nuestras manos, paseamos con ella. La página en blanco que urge por ser atendida, y, sin medir las consecuencias, lanzarse al ruedo. Un esfuerzo que no consiste en rellenar espacios, gastar tinta. Se trata precisamente de lo que se toma en serio y hace temblar; enfrentarse a uno mismo y medir la materia de la que estamos hechos: el viaje de iniciación dentro del montañoso ejercicio de la escritura.
Luego vienen previsibles faenas, valles tranquilos, estrechas sendas, agudos acantilados, el éxodo consiste en confiarse al movimiento y seguir avanzando, trepando, reptando. El peligro va en aumento, quizá una incipiente devoción al vértigo anime a continuar. El fin necesariamente no está en la cima. Y luego encontrar un refugio, la caverna para guarecerse de la intemperie, es el galardón reservado para los que porfían. Para los que resuelven, de por vida, sumergirse en los mares de la angustia.
De pronto el perfil, sin bosquejos previos ni medulares directrices, de forma confusa, se torna reconocible. Sin buscarlo, sin esperarlo, saludos, apretones de manos. Es el existir para los de afuera, los de lejos; un existir que es preciso interrumpir. ¿Para qué seducirse con fuegos fatuos? La consigna ya es otra y recién ahora es tiempo de beber los licores proscritos, sellar el pacto con las turbulentas y temibles letras, invariablemente firmes y puntuales y engrilletarse las muñecas al más severo desvelo.
Prodigar una forma coherente lejos de torbellinos, del vórtice que invita a la distracción, una meta plausible. Aunque poco conveniente hablar de metas, de productos, de fábricas, los años se suceden en el calendario y es inevitable cruzarse de brazos. Los frutos a menudo son intangibles, pero atribuirle al tiempo estéril más valor del que tiene encierra sólo una maniobra de consolación.
Este ejemplar, cuya concepción planea diluir esos fantasmas, es el aliento de un lustro envuelto en letras. Letras nacidas entre los esporádicos embajadores del parnaso, artístico e intelectual, que arribaron a estas templadas tierras en el tiempo oportuno; letras nacidas entre los fúlgidos forasteros del ayer, que por ventura sumaron el número redondo (pueril justificación, menguante del periodismo) que otorga carta blanca para que uno se deleite, en el siempre bienvenido y perpetuo compromiso de alternar con ellos. Letras nacidas del milagro de la escritura misma, del verso, del color, de la coda.
La narración que nombra este libro posee tonos que intentan matices verídicos, lo son. Tal vez no respecto a los personajes, las acciones que ejecuten u omitan desempeñan pues adaptados roles: los intereses de una visión subjetiva, que responden a una trama, su ubicación ensaya el dramatismo.
Conservar los más profundos suspiros, todo el hollín que corre por nuestras venas —sin olvidar el honor y la desdicha de librar la batalla diaria—: el arte al cuidado de una existencia, su merecimiento, su incorregible despilfarro, ¿acaso no es el único modo de sentirnos con vida?

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