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jueves, 28 de julio de 2011

El enigma de Vicente Hidalgo

El enigma de Vicente Hidalgo

 Figura en Arequipa como escritor extraviado. De vez en cuando su firma estampa varios artículos y escritos sobre cualquier tema que por el estilo de crítica y uso de la razón escrita viajan con destino a la sorpresa. Directos para la delectación de la calidad literaria. Arteros en la ironía punzante. Y sobre todo con una visión alterna de la realidad desapercibida. Originales. Sólo para los admiradores de la belleza y las innovadoras estructuras.


 A lo largo de las literaturas que poblaron el planeta siempre hubo extraños casos de obras que fueron escritas por personas o inexistentes o anónimas. En rigor de la singularidad, calidad o más bien rareza (adjetivo honorable en un mar de continuidad y conformismo), estos trabajos vieron la luz sin ser directamente reconocidos por sus creadores. Aunque estos no se sentían avergonzados de los resultados que extraían, no los consideraban merecedores de su firma. No compaginaban con lo que tradicionalmente se les esperaba. Y en vista de estas obras ajenas a su pluma, excluían su nombre o se desperdigaban en otros nuevos. El tono renovador —creían— a lo mejor no les pertenecía.

Muchos son los casos de las transmutaciones de los nombres: Desde los que adrede no consignan su rúbrica por motivos explícitos —no incluyendo el paso del tiempo que borra los sellos de la historia— en donde sus obras terminan siendo anónimas, (acontecimientos frecuentes). A las menciones obligatorias por su trascendencia como Eric Blair, que utilizó como seudónimo: George Orwell; o Neftalí Reyes encubierto en Pablo Neruda; o inclusive Hermann Hesse en Emil Sinclair.

En otros aspectos llega a ser irrenunciable, como lo que le pasó a Aurore Dupin, que se tuvo que ocultar por el machismo intelectual bajo el título de George Sand, que luego tuvo que sostener a lo largo de toda su vida, tal vez por preferencia personal. Y hay momentos en que el juego se desborda, y llega al clímax, como en Fernando Pessoa; el poeta más caracterizado por la búsqueda de heterónimos para matizar su pluralidad de estilos; para no caer en explicaciones redundantes y palabras ociosas. O llegar hasta esa posibilidad de la cual se viene hablando, que la obra de Shakespeare la escribió Bacon (aunque esto más bien parezca novela semi-literaria y neocomercial).

Pero basta de digresiones y datos literarios, no hay mejor ejemplo en la utilización de nombres ajenos que Bustos Domecq, el personaje inventado por Borges y Bioy Casares para abarcar las extrañas mezclas que sólo podían producir dos mentes de ese nivel. Ejemplo perfecto porque calza con la comparación que hoy se quiere hacer. Y lo que ahora interesa es que en nuestro pequeño mundo hubo una historia de estas, la cual aún se viene repitiendo y es la llave de este escrito. Vicente Hidalgo: hoy se resuelven todos tus misterios.



¿QUIÉN FUE VICENTE HIDALGO?

Ni siquiera se llamaba Vicente, sino Eduardo. Y fue un Hombre: mucho más que un simple ser humano. Por el sólo hecho de fomentar el pensamiento dejó de ser cualquiera, hizo un poco más de lo que se esperaba. Vivió en Arequipa, entre las casas de sillar, el devenir del río Chili y las faldas del Misti. Por un tiempo radicó en Chile, durante el gobierno truncado de Allende, estudiando economía; carrera que asimilaba sin dificultades. Y perdura como un muchacho inigualable: siempre joven y vigoroso. Llegó a ser tan inspirador e ilustre dentro del creciente embrión intelectual que se desarrollaba hace tres décadas que luego de su muerte muchos de sus coetáneos —que ahora permanecen y siguen creando— lo tienen en estima y se esfuerzan en trascenderlo más allá de sus propias fuerzas. Por algo se lo merece.

Pero ¿por qué esos intelectuales que aún no son del ayer dedican su preciado tiempo para que Vicente no quede en el olvido? ¿Qué es lo que lo hace tan especial? ¿Qué hace que su personalidad esté profundamente grabada en personas que de por sí ya son singulares?



CONSTRUCCIÓN DE UN PERSONAJE

Desde joven despertó el asombro de sus allegados. Este arequipeño prontamente se relacionó con grupos de personas que tenían sus mismas inquietudes, que buscaban descubrir los mismos hallazgos, y encontrarlos también. En los fines de semana, al despertar la iluminación nocturna, estos muchachos se reunían en lugares determinados para dar acceso al frenesí juvenil. Estas noches de literatura, bohemia y vivacidad no podían carecer de un nombre. Entonces fueron bautizadas bajo el apelativo de las «Noches de la Electricidad». Estos tipos de concilios al parecer han sido olvidados por las juventudes actuales, que ya no se dedican a explotar la cultura que afloraría de su mutuo compartir, y se desperdician ahora en actividades ilusas que se difuminan con el continuo sumar de los segundos.

Sin embargo en la época de Vicente, en su momento, existía esta sólida comunidad, espontánea y sin presiones, donde el punto de inspiración fue siempre él. A menudo lo que más lo caracterizaba era el vigor interno que parecía que nunca se le disminuía; esa actitud repleta de energía que abrumaba y con la que siempre encontraba un escape a la pasividad, una burla a los convencionalismos; la ironía abierta e innovadora; y sobre todo la hilarante forma de ver el mundo, bajo un halo de optimismo con la silueta de una sonrisa.

Vicente (que recibió dicho apelativo a causa de la comparación con el nombre de pila de Van Gogh) actuaba con toda la libertad que le brindaba su conciencia. Ajeno a los prejuicios del común de la gente se desenvolvía sin afectación, y en definitiva por este mismo motivo destruía la modorra visual y mental en que se hallaban los de su entorno, y los dejaba pasmados y con un gesto de complicidad, (pues quizás no todos se atrevían a hacer lo que él ejecutaba, pero no les faltaban las ganas). Podía estar parado cuando todos estaban sentados y al revés cuando todos hacían lo contrario: así era él, un lunático visionario del universo entre los hombres acostumbrados del mundo. A simple vista su única preocupación era la de llamar la atención, pero pesa más su incisiva penetración en las relaciones humanas, a las cuales les rescataba la frescura y la naturalidad. Un hombre como él domina tal poder de concentración que puede deslindarse del mundo. Y en definitiva, por tal razón Vicente se compartía alrededor de las nubes, a su misma altura y no se preocupaba de lo que pasaba en la tierra. Era libre, de preocupaciones y actitudes. Obedeciendo únicamente su inspiración.



EPÍLOGO DE UN DRAMA

Pero es un hecho fehaciente que las personas que tienen esa vitalidad inacabable responden a un patrón ciclotímico, un desbarajuste psicológico, pues también él padecía de momentos de vacío, de incomprensión. Profunda depresión. E inevitablemente tuvo que caer en alguna de éstas, una más fuerte que la otra. Intentó dejar de existir contadas veces, pero sus verdaderos amigos con mucha atención y comunicación atrasaron una decisión inevitable. Solamente la atrasaron, pues el fin del camino ya estaba delineado.

Muy lamentable fue la partida de Vicente. Dramáticamente temprana. Decidió dejar de recorrer mucho camino que veía por delante —tal vez le parecería monótono, no para él. Y no debe ser ocultada la causa del deceso, porque se podría entender, frente a los ojos de los hombres, vergüenza de por medio. Buscar despertar la admiración o el respeto póstumo por un ser que desapareció hace mucho no puede traer contratiempos, ni mucho menos disputas. Más allá de un final desaprobado por la sociedad está un corazón melancólico y una mente inestable en espera de paz. No nos compete juzgar.



UN RETORNO EN LETRAS

Así pues, en la juventud nos abandonó Vicente Hidalgo. Todo el trabajo que pudo ofrecer se quedó en estado preliminar, sin llegar a ser consumado. Se perdió calidad e imaginación con su partida. Pero las personas que le conocieron y supieron reconocer su valor se encargaron de rescatarlo de la muerte absoluta. Sumados a quienes lo vivieron en carne viva, los que escucharon oír de él y lo admiraron por lo que se decía, se unieron en la tarea de inmortalizarlo para nuestra región. Paso a paso lograron su cometido. Y los personajes que realizaron esta tarea —y aún continúan siendo— fueron Oswaldo Chanove, quien conoció a Vicente y llegó a disfrutar de su talante delirante y despreocupado; Óscar Malca, que perteneció al dicho círculo intelectual en las postrimerías, luego de la etapa de Vicente; y Alonso Ruiz Rosas, quien no gozó, también, de la oportunidad de conocerlo.

Ellos en el campo de las letras han ido firmando artículos y escritos con el nombre de nuestro personaje no sólo con la intención de que ciertos sectores intelectuales lo reconozcan y lo almacenen en su memoria, sino que el conjunto de lectores y gente interesada por asimilar la historia de hombres singulares de esta ciudad permanezcan al día y aprovechen los sucesos que de alguna u otra forma tuvieron valía, esencialmente por brindar la renovación a los intelectuales arequipeños de hoy, que forjarán a los del mañana.



DELIMITACIONES DE ACTUALIDAD

Hoy en día el espíritu de Vicente se cristaliza, y desde el otro mundo, gracias a algún inexplicable conjuro intelectual (en el cual es difícil averiguar su gestación), aparece y se manifiesta a través de esas mentes vivientes y despiertas, que por azar del destino, guiados por ventura lo invocan: Oswaldo, Alonso y Óscar se encargan de albergar en su inspiración y sustraer de sus propias cabezas el estilo y el lenguaje que debió mostrar Vicente, en la labor de la escritura.

Para escribir toda clase de artículo, reportaje, poema o cuento, ellos son habitados por el talante delirante de Vicente, y de diferentes ópticas convergen en el mismo motivo. Perdurar a su amigo de la juventud para que llegue a las nuevas juventudes. Para que aprendan de su experiencia, y con mayores posibilidades, puedan escoger sus propios caminos. Sin que una decisión paralela, y censurable, sea la que se entronice, tampoco la que se vilipendie sin comprensión.

Este es un homenaje a Vicente Hidalgo, joven extraño de final trágico. Y en especial es un aplauso deferente y de aprobación a sus amigos de adolescencia, que ejemplifican hasta dónde pueden llegar los valores de la amistad. Cuán grande es su cariño después de tantos años de olvido. Para aplacar las inquietudes que su mención produzca, se le brinda un escrito más, de los muchos que debe haber. En donde se esclareció los puntos que requerían algunos versados sobre sus datos biográficos. Sin referencia a alguna penalidad divina, quizás Vicente estará dando vueltas por las calles de la ciudad, satisfecho de los amigos que hizo en vida, a lo mejor concluyendo, que toda acción tiene su razón de ser, y que todo el imbricado de acontecimientos hasta el día de hoy, obedece a su mejor opción.



Agosto, 2002.

Ludwig van Beethoven, por siempre

Ludwig van Beethoven, por siempre

El compositor más admirado en la historia del arte, y que a la vez fue uno de los que más tuvo que soportar, fue el que se encargó de dar el salto de una época a otra, y de fundar con su bandera de fuerza una corriente que le dio participación al propio individuo, su libertad.

A mediados del último mes de cada año, se aumenta una cifra más al número que comprende la contabilidad de las fechas, en relación con el nacimiento de Ludwig van Beethoven y nuestros días.

Escribir sobre él puede traer ineludibles puntos comunes: el dramatismo naciente que se le atribuye a su música; la libertad que gozó en su labor de creador; la inclusión personal de las íntimas pasiones; y el reflejo de la propia vida en su producción. Es por esto mismo que su obra tuvo que sobrepasar las normas cuadradas a las que estuvo sujeto hasta entonces todo el arte. El arte musical, substantivamente, ya que es el que se somete a distintas formas, y está entrometido abiertamente con las ciencias potencialmente exactas.

En sus primeros 30 años toda su labor estuvo influida por las estructuras tradicionales que determinaban a la música. Cada forma de composición debía estar sujeta a los parámetros inmutables que por aprobación masiva de los mismos compositores se mantenían. Pero Beethoven casi por accidente, por no haber gozado de una formación rigurosa y sólida como sus antecesores, y con una educación insuficiente afrontó su carrera con decisión, luchó —pues este hombre lo que más tenía era agallas, espíritu combativo— y gracias a su sangre flamenca, pasional, dio el giro que se estaba esperando en la música.

No se pensaba que un joven que intentó pasar por prodigio —por obligación de su padre, que por poco no lo pierde para el arte—, y que creció en un contexto tan adverso, llegara a ser el personaje que encerraría todo un siglo y abriría un nuevo camino en el mundo de los sonidos.

La pasión con la que componía lo extraía irremisiblemente del mundo, lo hacia perder las composturas y no dar preferencia a los títulos y niveles sociales. Frente a los nobles era un montarás artista al cual se le debía hacer a un lado. Pues tomarlo en cuenta podía ser peligroso; a tal punto se le consideraba. Fue rechazado innumerables veces por las doncellas que estuvieron a su lado y por estas mismas razones sus partituras estuvieron plagadas de sentimientos, de angustia... y a la vez de esperanza, (siempre creyó en su amada inmortal).

Su obra es una de las más cimeras; aunque se puede considerar que cayó en contradicciones por la variabilidad de posturas que tuvo, sosteniéndose en sus periodos influidos por el clasicismo, por la ansia de Mozart, por las enseñanzas de un Haydn, ya trasmutándose algo por la cercanía de su discípulo, que sabía era todo un genio; sin embargo todo lo que hizo es eterno, y responde a respuestas concisas: a sufrimientos, desesperaciones; a la constante cercanía de la existencia, a una sensibilidad no dormida.

Traspasó el muro de lo sistemático, para entrar en el romanticismo musical. Por su libertad y amor propio no se amilanó. Muchos pueden decir que antes hubo composiciones dramáticas, en las que el oyente puede llegar a estremecerse, puede sentir miedo. Algunos autores del barroco se caracterizaron por tener en sus filas composiciones de dichas índoles, pero en Beethoven la fuerza en una constante, no se puede negar que incluso en sus adagios y andantes se desprende una sugerente apología al vigor.

Además antes que todo esto está la belleza por el triunfo. Todo lo hecho por él es una victoria frente al mundo, es un pasar trabas, romper paredes, saltar pobrezas, sorderas, soledades, inconformidades.

En la obra de Beethoven como en ninguna otra se refleja la vida misma, siendo ambas partes indivisibles de un todo absoluto, tanto una participa de la otra y luego sucede lo contrario. La vinculación de estos dos puntos tal vez llegue a ser excesiva, y cause tedio. Liberarse de presiones externas es urgente para la reconfortante creación, mas Beethoven nunca estuvo realmente libre. Con el tiempo que le ahorcaba y el dinero que le esquivaba, aún así siguió adelante, y sólo un genio de su envergadura podía vencer, y llegar a la cima que tanto se le reconocería no tan póstumamente.

Lo que profundamente caracterizó a su genio fue la rebeldía que siempre tuvo, y que quizás fue producida por algún acontecimiento en su infancia. La obligación de tocar al piano cuando sus intenciones eran las de jugar como un niño normal hicieron que despertaran los demonios prohibidos para su época, y que al final estos significaran inevitablemente novedad y la certeza de que algo grande se estaba gestando.

Beethoven es ampliamente complicado. No por nada sería el ídolo de todos los románticos, porque todos vieron en él el tótem a seguir, el preceptor que mensurablemente rompía las reglas, he hizo convenientemente lo que esos futuros músicos harían con placer. Schubert, Mendelssohn, Chopin, Liszt, Wagner, Brahms, Brückner, Mahler, todos se creyeron y fueron seguidores de Beethoven. Lo tuvieron merecidamente en el altar principal.

Toda la existencia de este genio universal, es una sorpresa para la humanidad, y lo que frecuentemente se termina diciendo es que toda su producción no fue más que un milagro, pero lo que sí se debe aseverar es que terminando las cuentas fue comprendido, y nadie puede pasarlo por alto. Su corazón late junto a todos.



Diciembre, 2001.